5 Poemas de Virgilio  

ÉGLOGA V. MENALCAS, MOPSO

Men.- Pues nos hallamos juntos, Mopso, agora,
maestros, tú en tañer suavemente,
y yo en cantar con dulce voz sonora,
¿Por qué no nos sentamos juntamente
debajo de estos córilos, mezclados
con estos olmos ordenadamente?

Mop.- Tú eres el mayor; a ti son dados,
Menalca, los derechos de mandarme,
y a mí el obedecer a tus mandados.
Y pues que ansí te place, aquí sentarme,
a la sombra que el Céfiro menea,
quiero, y es mejor, allí llegarme
Al canto de la cueva, que rodea,
cual ves, con sus racimos volteando
silvestre vida en torno, y hermosea.

Men.- Conmigo mismo estoy imaginando,
que Aminta en nuestro campo es quien contigo
tan sólo competir puede cantando.

Mop.- ¿Qué mucho es que compita aquél conmigo?
Presumirá vencer al dios de Delo.

Men.- Mas di si hay algo nuevo, Mopso amigo;
di del amor de Fili y desconsuelo,
di en loor de Alcón, o de los fieros
de Codro; y de tu grey pierde el recelo.
Pierde, que habrá quien guarde los corderos.

Mop.- Antes aquestos versos que he compuesto
quiero probar agora los primeros.
En la corteza escritos los he puesto
de un árbol, y su tono les he dado;
y di compita Amintas después desto.

Men.- Cuando es el blando sauz sobrepujado
de la amarilla oliva, y el espliego,
del rosal es vencido colorado;
Tanta ventaja tú, si no estoy ciego,
haces al mozo Amintas. Mas di agora,
que ya en la cueva estamos, di hora luego.

Mop.- A Dafni, pastor, muerto con traidora
y muerte crudelísima, lloraban
toda la deïdad que el agua mora.
Testigos son los ríos cuál estaban,
cuando del miserable cuerpo asidos
los padres las estrellas acusaban.
No hubo por quien fuesen conducidos
los bueyes a beber aquellos días,
ni fueron los ganados mantenidos.
Aun los leones mismos en sus frías
cuevas tu muerte, Dafni, haber llorado
dicen las selvas bravas y sombrías.
Que por tu mano, Dafni, el yugo atado
al cuello, va el león y tigre fiero.
Tú el enramar las lanzas has mostrado;
Tú diste a Baco el culto placentero;
tú de tu campo todo y compañía
la hermosura füiste y bien entero;
Ansí como del olmo es alegría
la vid, y de la vid son las colgadas
uvas, y de la grey el toro es guía;
Cual hermosea el toro las vacadas,
como las mieses altas y abundosas
adornan y enriquecen las aradas.
Y ansí luego que, crudas y envidiosas,
las Parcas te robaron, se partieron
Apolo y sus hermanas muy llorosas.
Palas y Febo el campo aborrecieron,
y los sulcos que ya llevaban trigo,
de avena y grama estéril se cubrieron.
En vez de la violeta y del amigo
narciso, de sí mismo brota el suelo
espina, y cardo agudo y enemigo.
Pues esparcid ya rosas; poned velo
a las fuentes de sombra, que servido
ansí quiere ser Dafni desde el cielo.
Y con dolor, pastores, y gemido,
un túmulo poned, y en el lloroso
túmulo, aqueste verso esté esculpido:
Yo, Dafni, descansando aquí reposo;
nombrado entre las selvas hasta el cielo;
de hermosa grey pastor muy más hermoso.

Men.- Cuanto al cansado el sueño en verde suelo,
cuando el matar la sed en fresco río,
es causa de deleite y de consuelo;
No menos dulce ha sido al gusto mío
tu canto, y no tan sólo en la poesía,
mas en la voz, si yo no desvarío,
Igualas tu maestro y su armonía.
Dichoso, que por él serás tenido
fuera de toda duda y de porfía.
Mas por corresponder a lo que he oído,
en la forma y manera que pudiere,
quiero poner mis versos en tu oído.
Al cielo encumbraré, cuanto en mí fuere,
a tu Dafni; diré a tu Dafni un canto,
que Dafni a mí también me quiso y quiere.

Mop.- No hay don que a mi jüicio valga tanto,
y mereció en tus versos ser cantado,
y ya me los loaron con espanto.

Men.- De blanca luz en torno rodeado,
con nueva maravilla Dafni mira
el no antes visto cielo ni hollado;
Y puestos so sus plantas, viendo, admira
aquellos eternales resplandores,
y aparta la verdad de la mentira.
Allí, pues, de otras selvas y pastores
alegre y de otros campos goza y prados,
con otras Ninfas trata sus amores.
No temen allí el lobo los ganados,
ni las redes tendidas, ni el cubierto
lazo fabrica engaño a los venados.
Ama el descanso Dafni, y de concierto
los montes y las peñas pregonando
dicen: «Menalca es dios, éste es dios, cierto».
Favorece, pues, bueno prosperando
los tuyos y sus cosas amoroso,
los tuyos que tu nombre están cantando.
Que en este valle agora y bosque umbroso
levanto cuatro aras, y dedico
a Dafni dos, y dos a Febo hermoso.
Y en ellas cada un año sacrifico
de leche dos lecheros apurada,
y de olio vasos dos te santifico.
Y sobre todo en mesa embrïagada,
abundante con vino y alegría,
a la sombra o al fuego colocada.
-A la sombra en verano, mas el día
en que reinare el hielo, junto al fuego-
tu honor festejaremos a porfía.
Dametas y el Egón cantarán luego;
Alfeo imitará también, saltando
los sátiros con risa y dulce juego.
Esto tendrás perpetuo, siempre cuando
el día de las Ninfas, cuando fuere
el día que los campos va purgando.
En cuanto por las cumbres ya paciere
del monte el jabalí; en cuanto amare
el río, y en el agua el pez corriere,
Y en cuanto de tomillo se apastare
la abeja, y ansimismo de rocío
la cigarra su pecho sustentare:
Tanto tu fama y nombre yo confío
irá más de contino floreciendo
al hielo siempre el mesmo y al estío.
Como a Ceres y a Baco a ti ofreciendo
irán sus sacrificios los pastores,
y sus promesas tú también cumpliendo.

Mop.- ¿Qué dones no serán mucho menores
que lo que a versos tales es debido?;
tales que no es posible ser mejores.
Que a mí no me deleita ansí el sonido
del viento, que silbando se avecina,
ni las costas heridas con rüido;
Las costas donde azota la marina;
ni el río sonoroso ansí me agrada,
que en valles pedregosos va y camina.

Men.- Primero, pues, por mí te será dada
esta flauta, con que el Alexi hermoso
de mí, y la Galatea fue cantada.

Mop.- Y tú toma este báculo ñudoso,
que Antino, mereciendo ser amado,
nunca me le sacó, y es muy vistoso
en ñudos, y con plomo bien chapado.

Autor del poema: Virgilio

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ÉGLOGA III. DAMETAS, MENALCAS, PALEMÓN

Los pastores Menalcas y Dametas, después de decirse groseras injurias, se desafían a cantar. Elegido Palemón árbitro de la contienda, no se atreve a decidirla.

(Menalcas. Dametas. Palemón)

MENALCAS
Dime, Dametas: ¿de quién es ese rebaño? ¿Acaso de Melibeo?
DAMETAS
No; es de Egón, que me lo confió pocos días ha.
MENALCAS
¡Rebaño siempre infeliz! Mientras su dueño se está al lado de Nerea, recelándose de verme preferido, aquí extraño pastor ordeña dos veces en cada hora sus ovejas, quitando así la sustancia al ganado y la leche a los corderos.
DAMETAS
Cuenta que tales denuestos no se dicen a hombres. Ya sabemos lo que te... cuando tus chivos te miraron de reojo... y en cuál gruta sagrada..., pero indulgentes las ninfas lo echaron a risa.
MENALCAS
Sería cuando me vieron cortar con maligna podadera los arbolillos y los majuelos nuevos de Micón.
DAMETAS
O aquí, junto a estas añosas hayas, cuando rompiste el arco y la zampoña de Dafnis, que mirabas con envidia, perverso Menalcas, porque sabías que se los habían regalado, y si no hubieras cebado en algo tu ira, de seguro te mueres.
MENALCAS
¡Qué no harán los amos cuando a tanto se atreven los siervos! ¡Acaso no te vi yo, malvado, sustraer con tretas un cabrito de Damón, mientras ladraba Licisca a todo ladrar? Y cuando yo gritaba: "¿Adónde se escapa ése? ¡Títiro, recoge el hato!", tú te escondías detrás de los carrizales.
DAMETAS
¿Por que, puesto que le vencí en el canto, no me entregaba aquel cabrito que le gané con mis versos al son de mi zampoña? Mía fue, si lo ignoras, aquella res, y el mismo Damón me lo confesaba; pero se negaba a devolvérmela.
MENALCAS
¡Tú vencerle en el canto! ¿Supiste tú nunca tañer las cañas unidas con cera? ¿No andabas tú, ignorante, sembrando despreciables versos por las callejuelas con tu rechinante caña?
DAMETAS
¿Quieres que probemos a ver alternativamente de lo que es capaz cada uno de nosotros? Yo apuesto esta becerrilla (y para que no la tengas en menos, te dire que se deja ordeñar dos veces al día y está criando dos chotos); dime ahora que prenda empeñas en la lid.
MENALCAS
Nada me atrevo a apostar contigo de mi rebaño, porque tengo un padre y una desabrida madrastra que dos veces cada día me cuentan ambos las reses, y uno de ellos en particular las crías; pero supuesto que das en esa locura, apostaré, y tú mismo confesarás que es prenda de mucho mas valor, dos copas de haya cinceladas por mano del divino Alcidemón, en las cuales una flexible vid, torneada de relieve en derredor con fácil giro, cubre los racimos mezclados con la pálida hiedra. En medio tienen dos figuras: una la de Conón y... ¿cuál fue aquel otro que trazó con el compás toda la redondez de la tierra habitada y señaló la época propia para los segadores y la que conviene al encorvado arador? Todavía no las he acercado a mis labios y las conserve bien guardadas.
DAMETAS
También para mi labró Alcidemón dos copas, cuyas asas rodeó con blando acanto y esculpió en el centro a Orfeo y a las selvas que le van siguiendo. Todavía no las he acercado a mis labios y las conserve bien guardadas. Si con mi novilla las comparas, verás que no hay razón para alabarlas tanto.
MENALCAS
No esperes escapárteme hoy; a todo me allano; óiganos solamente aquel que viene hacia aquí. Palemón es; yo haré que a nadie en adelante desafíes a cantar.
DAMETAS
Pues comienza si algo tienes que decir; por mi no habrá demora. Yo a nadie recuso; solo es preciso, vecino Palemón, que nos escuches con atención suma, porque la cosa es grave.
PALEMÓN
Cantad, puesto que estamos sentados sobre la blanda hierba. Ahora florecen las campiñas y los árboles, ahora las selvas se ven cubiertas de hoja; el año está ahora en toda su hermosura. Empieza, Dametas; tú, Menalcas, le seguirás después. Cantad alternativamente; los cantares alternados gustan a las Musas.
DAMETAS
Empecemos por Júpiter, ¡oh Musas! De Júpiter están llenas todas las cosas. Él fecunda las tierras, él inspira mis cantos.
MENALCAS
Y a mí me protege Febo; por eso tengo siempre ofrendas para él, laureles y el suave encendido jacinto.
DAMETAS
Galatea, niña traviesa, me tira una manzana y huye hacia los sauces, mas antes de esconderse procura que la vea.
MENALCAS
De propio grado se me ofrece Amintas, mi amor, y tanto que la misma Delia no es ya mas conocida de mis perros.
DAMETAS
Dispuestas tengo las ofrendas para mi Venus, porque conozco bien el sitio donde anidan las ligeras palomas torcaces.
MENALCAS
Diez pomas de oro, cogidas por mí del árbol, he enviado a mi zagal. No pude más; mañana le enviaré otras tantas.
DAMETAS
¡0h, cuántas y cuán dulces cosas me ha dicho Galatea! Llevad, ¡oh vientos!, una parte de ellas a los oídos de los dioses.
MENALCAS
¡De qué me vale, Amintas, que no me desdeñes, si mientras tú acosas a los jabalíes yo me quedo guardando las redes?
DAMETAS
Envíame mi Filis; hoy es mi natalicio, Iolas; cuando inmole una becerra para alcanzar buenas mieses, ven tú.
MENALCAS
¡Oh Iolas! Amo sobre todas a Filis, porque lloró cuando me partí, y en un largo adiós: "¡Adiós -me dijo-, gentil Menalcas!"
DAMETAS
Terribles son el lobo para los rediles, los aguaceros para las mieses maduras, los vendavales para los árboles y para mí el enojo de Amarilis.
MENALCAS
Grata es la lluvia para los sembrados, grato es el madroño a los destetados cabritillos; el flexible sauce es grato a las preñadas ovejas. Para mí solo es grato Aminta.
DAMETAS
Polión gusta de mis cantos, aunque pastoriles. Musas, apacentad una novilla para vuestro lector.
MENALCAS
También Polión compone versos por nuevo estilo. ¡Oh Musas!, apacentad para él un novillo que embista ya y esparza al viento la arena con los pies.
DAMETAS
El que bien te quiera, ¡oh Polión!, venga adonde se regocije de verte; para él corran arroyos de miel; produzca amomos para él la punzante zarza.
MENALCAS
El que no deteste a Bavio, guste de tus versos, Mevio, y unza al yugo raposas y ordeñe machos cabríos.
DAMETAS
Vosotros, mancebos, los que andáis cogiendo flores y la humilde fresa, huid de aquí; la fría culebra se oculta debajo de la hierba.
MENALCAS
Guay, ovejuelas, detened el paso; no es segura la orilla; los mismos carneros están ahora secando su vellón.
DAMETAS
Aparta del río mis cabras, Títiro; yo mismo, cuando sea sazón, las lavaré todas en la fuente.
MENALCAS
Zagales, recoged las ovejas; si el calor les seca la leche, vanamente las ordeñaremos como antes.
BAMETAS
¡Ay! ¡Ay!, ¡cuán flaco está mi toro en medio de estos abundosos pastos! La misma pasión de amor trae perdidos al ganado y al ganadero.
MENALCAS
No es, por cierto, causa el amor de que mis ovejas estén en los huesos; yo no sé quién aoja a mis tiernos corderillos.
DAMETAS
Dime, y serás para mí el grande Apolo, en qué tierras no se ven mas que tres brazas de cielo.
MENALCAS
Dime en qué tierras nacen las flores llevando estampados los nombres de los reyes, y Filis será para ti solo.
PALEMÓN
No me es dado ajustar entre vosotros tan porfiadas lides; ambos merecéis la novilla, como cualquiera otro que o tema dulces amores o los experimente amargos. Zagales, cerrad ya las acequias; bastante han bebido los prados.

Autor del poema: Virgilio

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ÉGLOGA II. ALEXIS

El pastor Coridón ardía por el hermoso Alexis,
las delicias del dueño, y no tenía qué esperar.
Solamente a las densas hayas, sombrías copas,
asiduamente venía. Allí estos desconciertos, solo,
a montes y espesuras lanzaba, con ardor vano:

“Oh, cruel Alexis, ¿nada de mis canciones te preocupas?
¿Nada de nos te apiadas? ¿A morir por fin me obligas?
Ahora incluso los rebaños sombras y fríos buscan,
ahora los espinos ocultan incluso a los verdes lagartos,
Testílide también, para los segadores, del arrebatador calor agotados,
ajos y serpol, hierbas olientes, maja.
Mas conmigo, para las roncas cigarras, mientras tus huellas
lustro, bajo el sol ardiente, resuenan los arbustos.
¿No fue más que bastante las tristes iras de Amarílide
y sus soberbios hastíos soportar? ¿No a Menalcas,
aunque él negro, aunque tú blanco seas?
Oh, hermoso muchacho, demasiado no fíes al color;
las blancas alheñas caen, los arándanos negros se cogen.

Me has despreciado, y quién soy, Alexis, no inquieres,
cuán rico de ganado, de nívea leche cuán abundante.
Mil corderas mías erran en los sicilianos montes;
leche nueva en el verano ni en el frío me falta.
Canto lo que solía, si alguna vez a sus ganados llamaba,
Anfión el dirceo en el acteo Aracinto.
Y no soy tan feo; hace poco en el litoral me he visto,
cuando plácido de vientos estaba el mar. A Dafnis yo,
contigo de juez, no temería, si nunca engaña una imagen.

Oh, sólo plázcate a ti conmigo los sucios campos
y las humildes cabañas habitar y tirar a los ciervos,
y de los cabritos la grey apremiar al verde hibisco.
Conmigo a una en las espesuras imitarás a Pan cantando.
Pan el primero conjugar calamos varios con cera
instituyó, Pan cuida de las ovejas, y de los maestros de las ovejas;
y no te apene con el cálamo trizarte el labio.
esto mismo por saber, ¿qué no hacía Amintas?
Tengo, de siete dispares cicutas compactada,
una fístula; Dametas como don me la dio en tiempos,
y me dijo, muriendo. “A ti ahora te tiene ésta el segundo”;
dijo Dametas; se enojó el necio Amintas.
Además dos cabritillos -y no en un seguro valle
hallados-, asperjadas todavía sus pieles de blanco:
dos ubres de oveja secan al día, y te los guardo.
Ya hace tiempo que Testílide para llevárselos me ruega,
y lo hará, ya que te inquinan los presentes nuestros.

Aquí ven, oh hermoso muchacho, para ti lirios traen,
helos, las Ninfas en llenos canastos; para ti la blanca Náyade,
pálidas violetas y lo alto de las amapolas cogiendo,
narciso y la flor unce del bien oliente eneldo;
después con casia, y entretejiéndolos con otras suaves hierbas,
blandos arándanos pinta con la arcillosa calta.

Yo mismo canos frutos cogeré de tierno vello,
y castañeras nueces, las que mi Amarílide amaba;
añadiré céreas ciruelas -honor tendrá también esta fruta-
y a vosotros, oh laureles, os carpiré y a ti, mirto, junto a ellos,
ya que así puestos mezcláis vuestros suaves olores.

Eres un rústico, Coridón; ni de presentes se preocupa Alexis
ni si en presentes compites cederá Yolas.
Ay, ay, ¿qué he pretendido, pobre de mí? Con las flores el austro,
perdido, he mezclado, y jabalíes con los límpidos manantiales.

¿De quién huyes, ah, loco? Habitaron los dioses también las espesuras
y el dardanio Paris. Que Palas los recintos que fundó
ella misma honre: a nosotros nos plazcan ante todo las espesuras.
La torva leona al lobo sigue, el lobo mismo a la cabrita,
el floreciente cítiso sigue la retozona cabrita,
a ti Coridón, oh Alexis; arrastra su placer a cada uno.

Mira, los arados al yugo suspendidos de vuelta traen los novillos
y el sol al retirarse duplica, crecientes, las sombras.
Pero a mí me quema el amor, pues ¿qué medida asista al amor?
Ah, Coridón, Coridón, qué locura te ha atrapado,
y tu vid semipodada en el frondoso olmo.
¿Por qué algo al menos, mejor, de lo que menester es,
con verdasca no te dispones a tejer, y con blando junco?
Encontrarás, si éste te hastía, otro Alexis.”

Autor del poema: Virgilio

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ÉGLOGA I. TÍTIRO Y MELIBEO

Mel.- Tú, Títiro, a la sombra descansando
desta tendida haya, con la avena
el verso pastoril vas acordando.
Nosotros, desterrados; tú, sin pena,
cantas de tu pastora, alegre, ocioso,
y tu pastora el valle y monte suena.
Tít.- Pastor, este descanso tan dichoso
Dios me lo concedió, que reputado
será de mí por dios aquel piadoso,
Y bañará con sangre su sagrado
altar muy muchas veces el cordero
tierno, de mis ganados degollado.
Que por su beneficio soy vaquero,
y canto, como ves, pastorilmente
lo que me da contento y lo que quiero.
Mel.- No te envidio tu bien; mas grandemente
me maravillo haberte sucedido
en tanta turbación tan felizmente.
Todos de nuestro patrio y dulce nido
andamos alanzados. Vesme agora
aquí cuál voy enfermo y afligido,
Y guío mis cabrillas; y esta que hora
en medio aquellos árboles parida,
¡ay!, con lo que el rebaño se mejora.
Dejó dos cabritillos, dolorida,
encima de una losa, fatigado
de mí sobre los hombros es traída.
¡Ay triste!, que este mal y crudo hado,
a nuestro entendimiento no estar ciego
mil veces nos estaba denunciado.
Los robles lo decían ya, con fuego
tocados celestial, y lo decía
la siniestra corneja desde luego.
Mas tú, si no te ofende mi porfía,
declárame, pastor, abiertamente
quién es aqueste dios de tu alegría.
Tít.- Pensaba, Melibeo, neciamente,
pensaba yo que aquella que es llamada
Roma, no era en nada diferente
De aquesta villa nuestra acostumbrada,
adonde las más veces los pastores
Llevamos ya la cría destetada.
Ansí con los perrillos los mayores,
ansí con las ovejas los corderos,
y con las cosas grandes las menores.
Solía comparar; mas los primeros
lugares, con aquélla comparados,
son como dos extremos verdaderos,
Que son de Roma ansí sobrepujados,
cual suelen del ciprés, alto y subido,
los bajos romerales ser sobrados.
Mel.- Pues di: ¿cuál fue la causa que, movido,
a Roma te llevó? Tit.- Fue libertarme;
lo cual, aunque algo tarde, he conseguido.
Que, al fin, la libertad quiso mirarme
después de luengo tiempo, y, ya sembrado
de canas la cabeza, pudo hallarme;
Después que Galatea me ha dejado,
y soy de la Amarilis prisionero,
y vivo a su querer todo entregado.
Que en cuanto duró aquel imperio fiero
en mí de Galatea, yo confieso
que ni curé de mí ni del dinero.
Llevaba yo a la villa mucho queso;
vendía al sacrificio algún cordero,
mas no volvía rico yo por eso.
Mel.- Y esto fue aquel semblante lastimero
que tanto en Galatea me espantaba;
esto por qué llamaba al cielo fiero.
Esto por qué tristísima dejaba
la fruta sin coger en su cercado,
pues Títiro, su bien, ausente estaba.
Tú, Títiro, te habías ausentado,
los pinos y las fuentes te llamaban,
las yerbas y las flores de este prado.
Tít.- ¿Qué pude? Que mil males me cercaban,
y allí para salir de servidumbre
los cielos más dispuestos se mostraban.
Que allí vi, Melibeo, aquella cumbre,
aquel divino mozo por quien uno
mi altar en cada mes enciende lumbre.
Allí primero dél que de otro alguno
oí: «Paced, vaqueros, libremente,
paced como solía cada uno».
Mel.- Por manera que a ti perpetuamente
te queda tu heredad, ¡oh bienhadado!,
aunque pequeña, pero suficiente.
Bastante para ti demasiado,
aunque de pedregal y de pantano
lo más de toda ella está ocupado.
No dañará el vecino grey mal sano
con males pegadizos tu rebaño,
dejando tu esperanza rica en vano.
No causará dolencia el pasto extraño
en lo preñado dél, ni en lo parido
las nunca usadas yerbas harán daño.
Dichoso poseedor, aquí tendido
del fresco gozarás, junto a la fuente
a la margen del río do has nacido.
Las abejas aquí continamente,
deste cercado hartas de mil flores,
te adormirán sonando blandamente.
Debajo la alta peña sus amores
el leñador aquí, cantando al viento,
esparcirá, y la tórtola dolores.
La tórtola en el olmo haciendo asiento
repetirá su queja, y tus queridas
palomas sonarán con ronco acento.
Tít.- Primero los venados las tendidas
lagunas pacerán, y el mar primero
denegará a los peces sus manidas,
Y beberá el Germano y Parto fiero,
troncando sus lugares naturales,
el Albi aquéste, el Tigri aquél, ligero;
Primero, pues, que aquellas celestiales
figuras de aquel mozo, de mi pecho
borradas, desparezcan las señales.
Mel.- Nosotros pero iremos con despecho,
unos, a los sedientos Africanos,
otros, a los de Scitia, campo estrecho,
Y otros a los montes y a los llanos
de la Creta, y del todo divididos
de nuestra redondez a los Britanos.
Después de muchos días ya corridos,
¡ay!, si avendrá que viendo mis majadas,
las pobres chozas, los paternos nidos;
Después de muchas mieses ya pasadas,
si viéndolas diré maravillado:
¡Ay, tierras, ay, dolor, mal empleadas!
¿Tan buenas posesiones un soldado
maldito, y tales mieses tendrá un fiero?
¡Ved para quién hubimos trabajado!
Ved a qué miserable y lastimero
estado a los cuitados ciudadanos
condujo el obstinado pecho entero.
Ve, pues, ¡oh Melibeo!, y con tus manos
en orden pon las vides, y curioso
enjiere los perales y manzanos.
Andad, ganado mío, ya dichoso;
dichosas ya en un tiempo, id, cabras mías,
que ya no cual solía, alegre, ocioso,
No estando ya tendido en las sombrías
cuevas, os veré lejos ir paciendo,
colgadas por las peñas altas, frías.
No cantaré; ni yéndoos yo paciendo,
vosotras ni del cítiso florido,
ni del amargo sauce iréis cogiendo.
Tít.- Podrías esta noche aquí tendido
en blanda y verde hoja dar reposo
al cuerpo flaco, al ánimo afligido.
Y cenaremos bien, que estoy copioso
de maduras manzanas, de castañas
enjertas, y de queso muy sabroso.
Y ya las sombras caen de las montañas
más largas, y convidan al sosiego;
y ya de las aldeas y cabañas
despide por los techos humo el fuego.

Autor del poema: Virgilio

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ÉGLOGA IV. SICELIDES

Musas las de Sicilia,
cantemos algo más grande:
no les placen a todos
jaral o zarza rastrera:
si es de monte el cantar,
sea monte digno de un cónsul.
La Última Edad, que anunció la Sibila,
héla llegada:
ya de raíz nace nueva
una grande rueda de siglos.
Vuelve la Virgen ya,
a reinar ya vuelve Saturno;
ya nueva raza
nos es del alto cielo mandada.
Tú a ese niño que nace,
en quien la era de hierro
terminará y brotará por el mundo
el pueblo de oro,
casta Lucina, ampáralo tú:
ya reina tu Apolo.
Tu año, será: en tu año, Polión,
tal gloria del tiempo
se entrará, y vendrán
los grandes meses andando;
bajo tu ley,
toda huella de nuestro pecado que quede
se borrará,
librando del miedo eterno la tierra.
Él tendrá de los dioses la vida,
y verá entre los dioses
los semidioses mezclados,
y a él han ellos de verlo;
ya apaciguado el confín regirá
en la ley de su padre.
Ah, para tí, sin arar,
regalillos primeros, oh niño,
hiedras de nardo cargadas
doquiera errantes la tierra,
loto enredado con cardo real
esparce a tu risa.
Solas a casa tornando,
hinchada de leche la ubre
traen las cabras,
ni tiembla del gran león la vacada;
sola por sí
para ti blanda flor la cuna derrama.
Aun morirá la culebra,
y la yerba que miente ponzoña
aun morirá:
nacerá a cada paso mirra de Asiria.
Mas, de que ya de los héroes tú
y de tu padre las gestas
puedas leer
y saber cuál es valor verdadero,
se enrubiarán poco a poco
de mansa espiga los yermos;
ya de bravío espinar
colgará sonrojado racimo,
ya sudarán las duras encinas
rocío de mieles.
Pocas habrá, pero huellas habrá
del yerro primero,
que aún tentar con remo la mar,
que ceñir de muralla
plazas aún,
que aún manden hender la tierra de surcos.
Otro Jasón será allí,
otra Argó que porte elegidos
cien semidioses;
aún habrá otras guerras segundas,
y otra vez llevarán
al gran Aquiles a Troya.
Luego, que ya robusta la edad
un hombre te haga,
se apartará el timonel de la mar,
y el pino bogante
no trocará mercancía:
dará todo ya toda tierra.
Ni sufrirá rastrillos el campo
ni hoces la viña;
ya el membrudo arador
al buey desunce del yugo
Ni aprenderá a mentir
color variada la lana,
no, sino que el carnero en los prados
ya sus vedijas
él mudará de grana encendida
y él de azafranes:
yerbarrubia al cordero al pacer
teñirá de su grado.
«Tales siglos hilad»
a su huso «hilad» le cantaron
a una las Tres Hermanas,
con hado y sinos acordes.
Entra, oh (ya el tiempo llegó),
a los altos oficios,
cría de dioses querida,
corona del dios del cielo.
Mira el mundo que te hace señal
con su peso redondo,
y esas tierras y trechos de mar
y el cielo profundo.
mira desde el siglo que está al venir
cómo todo se alegra.
Oh, para mí, que postrera porción
de vida me reste
larga bastante
y aliento que baste a decir tus hazañas:
no ha de vencerme a cantar
ni el mismo Orfeo de Tracia,
Lino tampoco,
aunque a uno a la madre, el padre le asista
a otro, a Orfeo Calíope,
a Lino Apolo fermoso.
Pan el dios si, la Arcadia por juez,
conmigo compite,
Pan el dios que, la Arcadia por juez,
se dé por vencido.
Niño pequeño, empieza a reir
conociendo a tu madre,
madre a la cual
diez meses trajeron largos hastíos;
niño pequeño, empieza:
al que no se le ríen los padres
ni lo convida a su mesa el dios
ni la diosa a su lecho.

Autor del poema: Virgilio

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