Poemas 

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Aquí, en la portada, puedes leer los 100 mejores poemas de siempre, según vuestros votos, separados en dos listas: 50 son de autores consagrados, y los otros 50 de usuarios. Tiene mucho mérito aparecer en esta selección, así que si te esfuerzas a lo mejor te puntúan tan bien que sales aquí. ¡No dejes de intentarlo!

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LA BALADA DE LOS HOMBRES HAMBRIENTOS

Los hombres hambrientos tienen oro
casas con retretes de mármol
y vestidos suntuosos
Pero no pueden matar el hambre y la sed
del tigre de sus ojos

Los hombres hambrientos son
en alguna forma hermosos
Por una magia mortal y execrable
sus oídos se han vuelto sordos
Pero los hombres hambrientos simulan oír
y pagan bien a los cantores

Pregonan una extraña desesperación
han perdido el recuerdo de los humanos olores
caminan para buscar un aroma imbuscable
el de los tallos de las flores muertas y de los pétalos podridos
el olor que al mismo tiempo es
el olor de la muerte y el olor del nacer
Se cubre de moho el corazón
de estos hombres hambrientos
Se entrecruzan a la deriva
No se ven
Son muchos en movimiento
Sus mujeres lavadas en agua de caros perfumes sintéticos
adustas acechan también
aquel olor que alcanza los huesos
Si levantan las cabezas hacia cosas más altas
no distinguen otra cosa que el viento
Remeros esclavos en un gran bajel de oro
van los hombres y mujeres hambrientos…

Autor del poema: Mario Rivero

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LA LUNA Y NUEVA YORK

Nos encontrábamos todos los días
en el mismo sitio
compartíamos versos, cigarrillos
y a veces una novela de aventuras.
Lanzábamos piedrecillas
desde el puente donde almorzaban
los obreros de la fábrica de vidrio.
Le decía que la tierra es redonda
mi tía bruja y la luna un pedazo de cobre.
Que un día iría a Nueva York
la ciudad abundante en cosas estrambóticas
donde los gatos vagabundos
duermen bajo los automóviles
donde hay un millón de mendigos
un millón de luces
un millón de diamantes . . .
Nueva York donde las hormigas
demoran siglos trepando al Empire State
y los negros se pasean por Harlem
vestidos con colores chillones
que destilan betún en el verano.
Iría por los restaurantes
hasta encontrar un cartelito:
“Se necesita muchacho para lavar los platos.
No se requiere título universitario”.
A veces comería un sandwich
recogería manzanas en California
pensaría en ella cuando montara en el elevado
y le compraría un traje parecido al neón . . .
me iba a besar
cuando sonó el pito de la fábrica.

Autor del poema: Mario Rivero

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LUZ EN CUYO ESPLENDOR EL ALTO CORO

Luz en cuyo esplendor el alto coro
con vibrante fulgor está apurado,
de dulces rayos bello ardor sagrado,
do enriqueció Eufrosina su tesoro;

Ondoso cerco que purpura el oro,
de esmeraldas y perlas esmaltado
y en sortijas lucientes encrespado,
a quien me inclino humilde, alegre adoro;

cuello apuesto, serena y blanca frente,
gloria de amor, gentil semblante y mano,
que desmaya la rosa y nieve pura,

es esta por quien fuerzo el mal presente
que pruebe su furor, y siempre en vano
aventajar intento mi ventura.

Autor del poema: Fernando de Herrera

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EL SEÑOR APOLLINAX

Cuando el señor Apollinax visitó los Estados Unidos
su risa se mezclaba al tintineo de las tazas de té.
Yo pensaba en Fragilion, esa figura oculta por los abedules
y en Príapo escondido en la maleza
mirando con asombro a la dama del columpio.
En el palacio del señor Phlaccus y en casa del profesor Channing-Cheetah
reía, irresponsable como un feto.
Su risa era profunda y submarina
como la del viejo del mar
disimulado bajo islas de coral
donde impacientes cuerpos de ahogados vagan a la deriva por el silencio verde,
desprendidos a gotas de los dedos de espuma de las olas.
Yo ansiaba ver rodar la cabeza del señor Apollinax bajo una silla,
con fuco en los cabellos
o sonriente sobre un biombo, mostrando dientes y encías.
Oí el galope de cascos de un centauro sobre el duro césped del hipódromo,
mientras su sosa aunque apasionada charla consumía la tarde.
“-Es un hombre encantador. -Pero, pensándolo bien, ¿qué quiso decir?
-Sus orejas en punta… debe ser un desequilibrado.
Dijo una cosa a la que podría haberme opuesto.”
De la viuda del señor Phlaccus, del profesor Cheetah y de su esposa
recuerdo una rodaja de limón y un pastelillo de almendras mordido.

Autor del poema: T.S. Eliot

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ENTRE AMIGOS

Un epílogo

1

Hermoso es compartir el silencio,
más hermoso es compartir la risa —
tumbado sobre el musgo a la sombra del haya,
bajo un cielo de seda
reír alegre entre amigos
dejando ver los blancos dientes.
Si lo hice bien, callemos,
si lo hice mal, riamos,
y hagámoslo siempre peor,
hagámoslo peor, y maliciosos riamos
hasta ascender a nuestra sepultura.
¡Amigos! ¡Sí! ¿Así ha de suceder?
Hasta la vista. ¡Amén!

2

¡Ni disculpas, ni perdón!
¡Envidiad alegres, cordialmente libres,
el tono, el corazón y la hospitalidad
de este libro tan poco razonable!
Creedme, amigos, ¡no para ser maldita
me fue concedida mi sinrazón!
Lo que yo encuentro, lo que yo busco,
¿estaba ya en algún libro?
¡Honrad en mí la secta de los locos!
¡Aprended de este libro enloquecido
cómo la razón — «entra en razón»!
Ea, amigos, ¿ha de suceder?
Hasta la vista. ¡Amén!

Autor del poema: Friedrich Nietzsche

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DINERO

El dinero no va a crear éxito,
la libertad lo hará.

Autor del poema: Nelson Mandela

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CANTO DE MACUILXOCHITZIN

Empiezo a cantar yo Macuilxochitzin,
yo doy placer al autor de la vida.
¡Que empiece el baile!
En la región de los muertos
está también su morada:
no se lleven allá los cantos,
son solamente de aquí…
¡Que empiece el baile!
Itzcoatl pueden llamarte los que duran de Chalco,
fue tu suerte avasallar al Matlazinca,
oh Itzcoatl Axayacatl fuiste a dispersar
el pueblo de Tlacotepec.
Se revuelven y entrelazan
tus flores y tus fémulas de papel
y con ellas les das gusto al matlazinca,
al de Toluca, al de Tlacotepec.
Ahora es cuando se dan flores
y plumajes del autor de la vida.
Los escudos de madera se sostienen en las manos,
en el lugar del peligro,
en donde se hacen cautivos,
en medio de la pelea,
en el campo de combate.
Quieren ser iguales nuestros cantos,
quieren ser iguales nuestras flores,
hemos barrido cabezas para dar placer
al que da la vida.
La flor de la espada de madera en tu mano está,
oh Axayacatl y con ella echa brotes
la florida sangre divina, la florida hoguera,
y con eso se van embriagando los que van con nosotros.
Por nosotros abres sus flores de guerra
en Ehecatepec y en Mexico.
Avanzan y con ella se embriagan
y hay aplauso de los capitanes de guerra,
vosotros, de Acolhuacan y de Tepanecapan.
Cuando conquistó Axayacatl
por todos lados en la región de Matlazinco:
en Malinalco, Ocuila, Tecualoya y Xocotitlan.
De allá se vino a Xiquipilco.
Allá le hirió una pierna un otomí llamado Tlilatl.
Y cuando llegó a México dijo a sus mujeres:
Preparen un maxtle y una tilma
y se lo darán y lo vestirán.
Y les dijo:
Vaya el otomí que me hirió en la pierna,
que viva en temor.
Y éste dijo:
Puesto que me tienen que matar ustedes,
que venga la tabla y el raspador.
Con esto viene a saludar el salvaje a Axayacatl.
Ya tendrá que temer.
Y así se lo dieron sus mujeres.

Autor del poema: Macuilxochitzin

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EL POEMA DE TLALTECATZIN

En la soledad yo canto
a aquel que es mi Dios
En el lugar de la luz y el calor,
en el lugar del mando,
el florido cacao está espumoso,
la bebida que con flores embriaga.

Yo tengo anhelo,
lo saborea mi corazón,
se embriaga mi corazón,
en verdad mi corazón lo sabe :

¡Ave roja de cuello de hule !,
fresca y ardorosa,
luces tu guirnalda de flores.
¡ Oh madre !
Dulce, sabrosa mujer,
preciosa flor de maíz tostado,
sólo te prestas,
serás abandonada,
tendrás que irte,
quedarás descarnada.

Aquí tú has ven ido,
frente a los príncipes,
tú, maravillosa criatura,
invitas al placer.
Sobre la estera de plumas amarillas y azules
aquí estás erguida.
Preciosa flor de maíz tostado,
sólo te prestas,
serás abandonada,
tendrás que irte,
quedarás descarnada.
El floreciente cacao
ya tiene espuma,
se repartió la flor del tabaco.
Si mi corazón lo gustara,
mi vida se embriagaría.
Cada uno está aquí,
sobre la tierra,
vosotros señores, mis príncipes,
si mi corazón lo gustara,
se embriagaría.

Yo sólo me aflijo,
digo :
que no vaya yo
al lugar de los descarnados.
Mi vida es cosa preciosa.
Yo sólo soy,
yo soy un cantor,
de oro son las flores que tengo.
Ya tengo que abandonarla,
sólo contemplo mi casa,
en hilera se quedan las flores.
¿Tal vez grandes jades,
extendidos plumajes
son acaso mi precio?
Sólo tendré que marcharme,
alguna vez será,
yo sólo me voy,
iré a perderme.
A mí mismo me abandono,
¡ Ah, mi Dios!
Digo : váyame yo,
como los muertos sea envuelto,
yo cantor,
sea así.
¿Podría alguien acaso adueñarse de mi corazón?
Yo solo así habré de irme,
con flores cubierto mi corazón.
Se destruirán los plumajes de quetzal,
los jades preciosos
que fueron labrados con arte.
¡ En ninguna parte está su modelo
sobre la tierra !
Que sea así,
y que sea sin violencia.

Autor del poema: Tlaltecatzin

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A TI, ALTA Y DELGADA SOMBRA

Otra vez –ya fugada- mi palabra te encuentra,
mi palabra que apenas dibujaba tu boca.
En los pechos intactos mi palabra te besa
y las manos huídas te detiene y te toca.

Miel… panal extremado que mi lírica abeja
labra en honda dulzura cautivada y ya loca.
Mi palabra en el junco de tu sexo ¡despierta!
del entero concepto te florece la boca.

Ya tú, simple, en la nieve de mi verso ¡oh descalza!
tú completa en el agua de la voz intuida,
y desnuda en el aire de la tierra lejana.

Ay perfecta en el verbo ay del beso transida,
ala sola, toda ala y, dolor, sólo una ala
en la lengua más leve del amor recogida.

Autor del poema: Francisco Granizo

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MÁSCARAS

He aquí que existimos en el límite de la mentira
que nuestra vida es impalpable
que estas personas representadas pertenecen
a un dueño de otro orden.

Cumplimos cabalmente en escena
ante el gran público. Así recreamos bajo los astros
y acudimos a una cita en los vientos
saliendo al paso de nuestras fiestas.

Nuestro corazón está prestado a otros personajes,
murmuramos un sueño y nuestros labios no son responsables,
somos bellos o nobles según las circunstancias.
Nos asalta un delirio azaroso
y caemos en los escenarios bajo una voluntad extraña.
Y no tenemos vida,
pues andamos sobre ruedas en un país desconocido
cuyas flores nos interesan de manera frívola
y cuyas mujeres nos aman en alcobas de falsedad.

Producimos un fuego y su corazón azul
crepita con más fuerza que el nuestro
en tanto arden los leños a la manera de sangre.

Nos permitimos ser extraños. Falsos.
Llevar una emoción no sincera.
Mientras andamos, desterrados de nuestro cuerpo
en un interminable paseo.

Autor del poema: Ramón Palomares

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