23 Poemas franceses 

A UNA MUJER

A ti vuelan mis versos, por la consoladora
gracia de tus pupilas, por tu alma buena y pura,
donde el más dulce ensueño a veces ríe y llora...
A ti vuelan mis versos tan llenos de amargura.

¡Ay, me acosa esta horrible pesadilla cruenta
sin descanso, furiosa, loca, desesperada;
por doquiera que voy mi camino ensangrienta
y me muerde lo mismo que lobos en manada!

¡Oh, sufro mucho, sufro tan espantosamente
que el gemido primero que exhaló el primer hombre
casi es dulce en contraste con mi dolor sin nombre!

Y tus penas, querida, serán como un divino
tropel de golondrinas, que cruzan el riente
horizonte de un día dorado y septembrino

Autor del poema: Paul Verlaine

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SEGUNDA CARTA CONYUGAL

Necesito a mi lado una mujer sencilla y equilibrada, y cuya alma agitada y oscura no alimentara continuamente mi desesperación. Los últimos tiempos te veía siempre con un sentimiento de temor e incomodidad. Sé muy bien que tus inquietudes por mí son a causa de tu amor, pero es tu alma enferma y malformada como la mía la que exaspera esas inquietudes y te corrompe la sangre.
No quiero seguir viviendo contigo bajo el miedo.

Agregaré que además necesito unas mujer que sea mía exclusivamente, y que pueda encontrar en todo momento en mi casa.
Estoy aturdido de soledad. Por la noche no puedo regresar a un cuarto solo sin tener a mi alcance ninguna de las comodidades
de la vida. Me hace falta un hogar y lo necesito enseguida, y una mujer que se ocupe de mí permanentemente, incapaz como soy
de ocuparme de nada, que se ocupe de mí hasta de los más insignificante. Una artista como tú tiene su vida y no puede hacer otra cosa. Todo lo que te digo es de una mezquindad atroz, pero es así. No es preciso siquiera que esa mujer sea hermosa, tampoco quiero que tenga una excesiva inteligencia, y menos aún que piense demasiado. Con que se apegue a mí es suficiente.

Pienso que sabrás reconocer la enorme franqueza con que te hablo y sabrás darme la siguiente prueba de tu inteligencia: comprender muy bien que todo lo que te digo no rebaja en nada la profunda ternura, y el indecible sentimiento de amor que te tengo y seguiré teniendo inalienablemente por ti, pero ese sentimiento no guarda ninguna relación con el devenir corriente de la vida. La vida es para vivirse. Son demasiadas las cosas que me unen a ti para que te pide que lo nuestro se rompa; sólo te pido que cambiemos nuestras relaciones, que cada uno se construya una vida diferente, pero que no nos desunirá más.

Autor del poema: Antonin Artaud

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LIBERTAD, IGUALDAD, FRATERNIDAD

Ya la guerra y sus horrores
sólo a los pueblos halaga,
y es en vano que Dios haga
las estrellas y las flores.

Ni las rosas, ni los nidos,
ni del cielo la voz pura,
nada enfrena la locura
de sus pechos pervertidos.

La victoria es nuestro amor,
combatir, nuestra costumbre,
y tiene la muchedumbre
por sonaja el atambor.

Como a sus quimeras cuadre,
bajo su carro la Gloria
huella como a vil escoria
a los niños y a la madre.

Matar, morir, es el fin
de nuestra ventura loca,
y llevar sobre la boca
el cerquillo del clarín.

Todo el campo es humo y luz,
la grita, el furor se extienden,
los pechos todos se encienden
al fuego del arcabuz;

Y ello, siempre por tiranos
que, si acaso se os entierra,
mientra os pudrís bajo tierra
estarán de besamanos,

O cuando en profano insulto
los chacales y los cuervos
bajen á saciarse acerbos
en vuestro cuerpo insepulto.

Pueblo ninguno tolera
a otro pueblo por vecino,
y en nuestro pecho mezquino
se insufla pasión artera.

¿Es ruso? ¡Fuego nutrido!
¿Húngaro? ¡Fuego, es muy justo!
¿Porqué hay quien lleva su gusto
hasta usar blanco el vestido?

¿Otro aquí? Démosle fin
y llenamos un deber:
tuvo el crimen de nacer
a la derecha del Rin.

¡Rosbach! ¡Waterloo! ¡Venganza!
Ebrio el hombre de demencia,
sólo tiene inteligencia
para el mal y la matanza.

La fuente á beber convida,
a orar el cielo estrellado,
a amar y soñar el prado:
es mejor ser fratricida.

¡Fuego! ¡sangre! ¡destrucción!
Se saltan montes y llanos:
el pavor crispa las manos
en las crines del bridón.

Y en tanto, el alba clarea…
¡Oh! ¡mucho me admira, a fe,
que oído al odio se dé
cuando la alondra gorjea!

Autor del poema: Víctor Hugo

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EL VAPOR

Ahora el vapor está a la orden del día.
¡Todo marcha por su ayuda! ¿Es esto bueno para el mundo?
Para seleccionar bien sobre la tierra donde cualquier cosa abunda,
Haría falta por tanto apurarse, cuando se le de la vuelta

Se vuela a partir de ahora sobre la tierra y sobre las aguas;
Se hace sin pensar en la ida y la vuelta;
Se imita al Sol que, mientras que da su vuelta,
Mide en una noche la celeste bóveda.

Esto solo puede ser bueno en estos tiempos de guerra,
Donde son exterminados esos hombres que recientemente
Marcharon contra la muerte sin reproche y sin miedo.

Si engañando al enemigo por su sutil artimaña,
se rehacen algunos guerreros tanto como se usen,
¡El amor todas las noches marcharía como el vapor!

Autor del poema: Julio Verne

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Y ALLÁ

Alguien habla y yo estoy de pie
Voy a ir allá a la otra punta

Los árboles lloran
Porque a lo lejos otras cosas mueren

Ahora la cabeza se ha apoderado de todo

Pero todavía no te he comprendido
Sigo tus pasos sin saber quién soy
Hay que pasar por una puerta en la que nadie espera
Para un imposible reposo
Todo se aparta y nos vuelve la espalda

Un poco de vacío queda en torno
Y para revivir días pasados
Un alma desapegada se entretiene
Y arrastra todavía un cuerpo que se gasta
El último tiempo de un compás
Más tenaz y más desgarrador
Un dolor musical murmura

Autor del poema: Pierre Reverdy

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CANTO DEL BAUTISTA

El sol que su detención
Sobrenatural exalta
Vuelve a caer prontamente
Incandescente

Siento como si en las vértebras
Tinieblas se desplegasen
Todas estremecimiento
En un momento

Y mi cabeza surgida
Solitaria vigilante
Al triunfal vuelo veloz
De esta hoz

Como ruptura sincera
Bien pronto rechaza o zanja
Con el cuerpo inarmonías
De otros días

Pues embriagada de ayunos
Ella se obstina en seguir
En brusco salto lanzada
Su pura mirada

Allá arriba donde eterna
La frialdad no soporta
Que la aventajéis ligeros
Oh ventisqueros

Pero según un bautismo
Alumbrado por el mismo
Principio que me comprende
Una salvación pende.

Autor del poema: Stéphane Mallarmé

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EL ENEMIGO

Mi juventud no fue sino un gran temporal
Atravesado, a rachas, por soles cegadores;
Hicieron tal destrozo los vientos y aguaceros
Que apenas, en mi huerto, queda un fruto en sazón.

He alcanzado el otoño total del pensamiento,
y es necesario ahora usar pala y rastrillo
Para poner a flote las anegadas tierras
Donde se abrieron huecos, inmensos como tumbas.

¿Quién sabe si los nuevos brotes en los que sueño,
Hallarán en mi suelo, yermo como una playa,
El místico alimento que les daría vigor?

-¡Oh dolor! ¡Oh dolor! Devora vida el Tiempo,
Y el oscuro enemigo que nos roe el corazón,
Crece y se fortifica con nuestra propia sangre.

Autor del poema: Charles Baudelaire

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PAISAJE

Deseo, para escribir castamente mis églogas,
Dormir cerca del cielo, cual suelen los astrólogos,
Y escuchar entre sueños, vecino a las campanas,
Sus cánticos solemnes que propalan los vientos.
El mentón en las manos, tranquilo en mi buhardilla,
Observaré el taller que parlotea y canta;
Las chimeneas, las torres, esos urbanos mástiles,
Y los cielos que invitan a soñar con lo eterno.

Es dulce ver surgir a través de las brumas
La estrella en el azul, la luz en la ventana,
Alzarse al firmamento los ríos del carbón
Y derramar la luna sus desvaído hechizo.
Veré las primaveras, los estíos, los otoños,
Y al llegar el invierno de monótonas nieves,
Cerraré a cal y canto postigos y mamparas,
Para alzar en la noche mis feéricos palacios.
Y entonces soñaré con zarcos horizontes,
Jardines, surtidores quejándose en el mármol,
Con besos y con pájaros que cantan noche y día,
Lo que el Idilio alberga de puro y de infantil.
El Motín, golpeando sin éxito en los vidrios,
No hará que del pupitre se levante mi frente,
Pues estaré gozando la voluptuosidad,
De que la Primavera a mi capricho irrumpa,
De hacer que se alce un sol en mi pecho, y crear
Una atmósfera tierna de mis ideas quemantes.

Autor del poema: Charles Baudelaire

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SANTA

¡En la ventana está ocultando
desdorados sándalos viejos
de su viola resplandeciente
-flauta o laúd en otro tiempo-,

la pálida Santa que extiende
el libro viejo que prodiga
el Magnificat deslumbrante
según las completas y vísperas.

Roza el vitral de ese ostensorio
el arpa alada de algún Ángel
creada en el vuelo vespertino
para el primor de su falange.

Y deja el sándalo y el libro,
y acariciante pasa el dedo
sobre el plumaje instrumental
la tañedora del silencio

Autor del poema: Stéphane Mallarmé

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PRIMERA CARTA CONYUGAL

Cada una de tus cartas aumenta la incomprensión y la estrechez de espíritu de las anteriores; juzgas con tu sexo
y no con tu pensamiento como lo hacen todas las mujeres.
Confundirme yo, con tus razones. ¡Te burlas! Pero lo que me irritaba era verte volver sobre las razones que hacían tabla rasa
sobre mis razonamientos, cuando uno de esos mismos te había llevado a la evidencia.

Todos tus razonamientos y tus infinitas disputas no podrán impedir que no sepas nada de mi vida y que me condenes
por un mínimo fragmento de ella misma. No debería siquiera serme necesario justificarme ante ti si sólo fueras, tú misma, una mujer prudente y equilibrada, pero tu imaginación te enloquece, una sensibilidad sobre aguda que no te permite enfrentar la verdad. Contigo cualquier discusión es imposible.

Sólo me queda decirte una cosa: mi espíritu siempre fue confuso, un achatamiento del cuerpo y del alma, esa suerte de contracción de todos mis nervios. Si me hubieras visto hace algunos años, por períodos más o menos cercanos, antes aún
de que en mi se sospechara el uso del que tú me recriminas, dejarías de extrañarte, ahora, del retorno de esos fenómenos.
Si por otra parte estás convencida, si te parece que su reincidencia se debe a ello, entonces no hay nada que decir, contra un sentimiento no se puede luchar.
De cualquier manera ya no puedo contar contigo en mi angustia, ya que te niegas a ocuparte de la parte de mí más afectada:
mi alma.

No me has juzgado, por otra parte, nunca de otra manera que por mi aspecto externo como hacen todas las mujeres,
como hacen todos los imbéciles, cuando lo que está más destruido, más arruinado es mi alma interior; y no puedo perdonarte eso, pues las dos no siempre coinciden, desafortunadamente para mí. En cuanto a lo demás, te prohibo hablar otra vez.

Autor del poema: Antonin Artaud

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