91 Poemas mexicanos 

LA FLECHA

No importa que la flecha no alcance el blanco
Mejor así
No capturar ninguna presa
No hacerle daño a nadie
pues lo importante
es el vuelo la trayectoria el impulso
el tramo de aire recorrido en su ascenso
la oscuridad que desaloja al clavarse
vibrante
en la extensión de la nada

Autor del poema: José Emilio Pacheco

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QUE AHORITA VUELVE

Te hace una seña con la cabeza
desde esa niebla de luz. Sonríe.
Que sí, que ahorita vuelve.
Miras sus gestos, su lejanía,
pero no la escuchas. Polvo
de niebla es la arena.
Polvo ficticio el mar.
Desde más lejos, frente a ese brillo
que lo corta te mira,
te hace señas. Que sí, que ahorita vuelve.
Que ahorita vuelve.

Autor del poema: Coral Bracho

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OLVIDAR

Aquí están los nervios
que envuelven, como un papel fragante,
las melodías obtusas
del rencor.
Y aquí la risa
como un pájaro ebrio…

Escuchar. Olvidar. Dos neblinas.
La espuma del sufrimiento
cala en el encaje náufrago
de mi silbido matinal.

Aquí están los sonidos
olvidadizos, las crepitaciones
que amarillean.
Una vez más,
todo será escuchar
u olvidar.

Olvidaré estos doblados
enigmas, estos relojes
rectilíneos de esperas, este cuerpo
ajeno
en la llama de sándalo.

Autor del poema: David Huerta

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NOCTURNO MUERTO

Primero un aire tibio y lento que me ciña
como la venda al brazo enfermo de un enfermo
y que me invada luego como el silencio frío
al cuerpo desvalido y muerto de algún muerto.

Después un ruido sordo, azul y numeroso,
preso en el caracol de mi oreja dormida
y mi voz que se ahogue en ese mar de miedo
cada vez más delgada y más enardecida.

¿Quién medirá el espacio, quién me dirá el momento
en que se funda el hielo de mi cuerpo y consuma
el corazón inmóvil como la llama fría?

La tierra hecha impalpable silencioso silencio,
la soledad opaca y la sombra ceniza
caerán sobre mis ojos y afrentarán mi frente.

Autor del poema: Xavier Villaurrutia

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PONEOS DE PIE

¡Amigos míos, poneos de pie!
Desamparados están los príncipes,
Yo soy Nezahualcóyotl,
Soy el cantor,
Soy papagayo de gran cabeza.
Toma ya tus flores y tu abanico
¡Con ellos ponte a bailar!
Tú eres mi hijo,
Tú eres Yoyontzin.
Toma ya tu cacao,
La flor del cacao,
¡que sea ya bebida!
¡Hágase el baile,
No es aquí nuestra casa,
No viviremos aquí
Tú de igual modo tendrás que marcharte.

Autor del poema: Nezahualcóyotl

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EL RETORNO

Vieja alameda triste en que el árbol medita,
En que la nube azul contagia su quebranto
Y en que el rosal se inclina al viento que dormita:
Te traigo mi dolor y te ofrezco mi llanto.

He vuelto. Soy el mismo. La misma sed que me aqueja
Y embelesa mi oído idéntica canción,
Y soy aquel que ama el minuto que deja
Un poco más de llanto dentro del corazón.

He vuelto a tu silencio otoñal, he buscado
Vanamente mis huellas entre todas las huellas,
Y mi ilusión es una hoja muerta de aquellas
Que estremecía el viento y que el Sol ha dorado.

Y mientras quiero acaso recomenzar la senda
Y un mal irremediable consume los destellos
Del Sol, vieja alameda, y te guardo mi ofrenda,
Tú contemplas mis ojos y miras mis cabellos.

Autor del poema: Salvador Novo

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EPIFANÍA

Un domingo
Epifania no volvió más a la casa.

Yo sorprendí conversaciones
en que contaban que un hombre se la había robado
y luego, interrogando a las criadas,
averigüé que se la había llevado a un cuarto.
No supe nunca dónde estaba ese cuarto
pero lo imaginé, frío, sin muebles,
con el piso de tierra húmeda
y una sola puerta a la calle.
Cuando yo pensaba en ese cuarto
no veía a nadie en él.
Epifania volvió una tarde
y yo la perseguí por el jardín
rogándole que me dijera qué le había hecho el hombre
porque mi cuarto estaba vacío
como una caja sin sorpresas.
Epifania reía y corría
y al fin abrió la puerta
y dejó que la calle entrara en el jardín.

Autor del poema: Salvador Novo

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LA CALLE

Es una calle larga y silenciosa.
Ando en tinieblas y tropiezo y caigo
y me levanto y piso con pies ciegos
las piedras mudas y las hojas secas
y alguien detrás de mí también las pisa:
si me detengo, se detiene;
si corro, corre. Vuelvo el rostro: nadie.
Todo está oscuro y sin salida,
y doy vueltas en esquinas
que dan siempre a la calle
donde nadie me espera ni me sigue,
donde yo sigo a un hombre que tropieza
y se levanta y dice al verme: nadie.

Autor del poema: Octavio Paz

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MARIPOSAS

Ora blancas cual copos de nieve,
ora negras, azules o rojas,
en miríadas esmaltan el aire
y en los pétalos frescos retozan.
Leves saltan del cáliz abierto
como prófugas almas de rosas,
y con gracia gentil se columpian
en sus verdes hamacas de hojas.
Una chispa de luz les da vida
y una gota al caer las ahoga,
aparecen al claro del día
y ya muertas las halla la sombra.

¿Quién conoce sus nidos ocultos?
¿En qué sitio de noche reposan?
Las coquetas no tienen morada...
Las volubles no tienen alcoba...
Nacen, aman, y brillan y mueren
en el aire, al morir se transforman,
y se van, sin dejarnos su huella,
cual de tenue llovizna las gotas.
Tal vez unas en flores se truecan
y llamadas al cielo las otras,
con millones de alitas compactas
el arcoiris espléndido forman.
Vagabundas ¿en dónde está el nido?
Sultanita ¿qué harén te aprisiona?
¿A qué amante prefieres, coqueta?
¿En qué tumba dormís, mariposas?

¡Así vuelan y pasan y expiran
las quimeras de amor y de gloria,
esas alas brillantes del alma,
ora blancas, azules o rojas!
¿Quién conoce en qué sitio os perdisteis,
ilusiones que sois mariposas?
¡Cuán ligero voló vuestro enjambre
al caer en el alma la sombra!

Tú, la blanca, ¿por qué ya no vienes?
¿No eras fresco azahar de mi novia?
Te formé con un grumo del cirio
que de niño llevé a la parroquia;
eres casta, creyente, sencilla
y al posarte temblando en mi boca
murmurabas, heraldo de goces,
¡ya está cerca tu noche de bodas!

Ya no viene la blanca la buena.
Ya no viene tampoco la roja,
la que en sangre teñí, beso vivo,
al morder unos labios de rosa.
Ni la azul que me dijo: ¡Poeta!
Ni la de oro, promesa de gloria.
¡Ha caído la tarde en el alma!
¡Es de noche... ya no hay mariposas!

Encended ese cirio amarillo...
Ya vendrán en tumulto las otras,
las que tienen las alas muy negras
y se acercan en fúnebre ronda.
Compañeras, la pieza está sola;
si por mi alma os habéis enlutado
¡venid pronto, venid, mariposas!

Autor del poema: Manuel Gutiérrez Nájera

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A LA PATRIA

Patria, destello del amor divino,
Sagrada inspiración de mis cantares,
¡Ay! ¿hasta cuándo dejará el destino
De llenar tu existencia de pesares?

Un dolor más terrible que la muerte
Marchita sin piedad tu primavera,
¡Ay! ¿hasta cuándo te dará la suerte
Una sonrisa de piedad siquiera?

¿Hasta cuándo veremos en tu cielo
De una esperanza la feliz aurora?
¿Será que nunca dejará tu suelo
La negra tempestad desoladora?

Virgen flor de la América inocente,
Mi orgullo, mi placer y mi alegría,
¿Cuál es el crimen que manchó tu frente.
Que hasta Dios te ha olvidado, patria mía?

¿Será cierto que nunca, ni un instante
Dejará la fortuna despiadada,
Ni el fuego de la vida en tu semblante
Ni el rayo del placer en tu mirada?

¿De qué te sirve tu inmortal belleza,
De qué tu dulce juventud florida,
Si en medio del horror de la tristeza
Van pasando las horas de la vida?

Por vez postrera tu beldad mirando,
Ya tu esperanza se alejó llorosa;
Y constante á tu lado está velando
La deidad de la guerra pavorosa.

Contra ti con orgullo se levanta
El genio del dolor'y de la muerte,
Y oprime tu cerviz bajo su planta
Insensible á tus lágrimas la suerte.

En medio del horror y las ruinas,
Devorada por bárbaros tormentos,
Tu hermosa frente moribunda inclinas
Como flor destrozada por los vientos.

Haciendo al mal de tu existencia dueño
Dios dirige a otro punto su mirada:
Tu gloria es polvo, tu esplendor es sueño,
Tu dicha sombra y tu grandeza nada.

Hoy que abriendo sus alas impaciente
Se desata el ruidoso torbellino,
Alza del suelo la abatida frente,
Muéstrate digna de tu gran destino.

Olvida tu aflicción y tus dolores;
Valerosa levanta tu bandera,
Y abandona tus joyas y tus flores,
Y entona ¡oh patria! tu canción guerrera.

Haz pedazos al déspota enemigo,
Y ya no temas su cobarde lazo,
Porque el Dios de los pueblos va contigo
Y él sostiene la fuerza de tu brazo.

Y antes que dejes que á sus plantas vean
Los tiranos tus santas libertades,
Lagos de sangre tus campiñas sean
Y en escombros se tornen tus ciudades.

Vibre tu espada con furor tremendo;
Que tu enojo de nuevo se despierte;
Que tus campos repitan el estruendo
Y el clamor de la guerra y de la muerte,

Y al que llame á tus bárbaros tiranos,
Y al que sin ira sus infamias vea,
Que muera ¡oh patria! por tus propias manos
Y allí al instante maldecido sea.

Que al mundo entero tu valor asombre,
Y que sepa la Europa que te mira,
Que aún eres digna de llevar tu nombre,
Y sepa tu contrario que delira.

Y aunque ya tu enemigo no es temible,
Piensa que luchas por salvar tu gloria,
Y al instante levántate terrible
A buscar en la lucha la victoria.

Venganza y guerra sin cesar proclama.
Que ensordezcan al eco tus cañones,
Canta tus himnos y á tus hijos llama,
Tremolando entusiasta tus pendones.

Dichoso aquel que por salvarte muera
De los roncos cañones al estruendo,
Estrechando en sus brazos tu bandera
Y tu nombre sagrado bendiciendo.

Pues yo mi sangre sin pesar ciaría
Por mirarte un instante venturosa,
Desgraciada y hermosa patria mía,
Cuanto más desgraciada más hermosa.

En ti cifro mi gloria desde niño;
Tú iluminas mi pobre pensamiento;
Tú has sido siempre mi primer cariño,
Mi existencia, mi espíritu y mi aliento.

Y aunque el hado á perderte se decida
la victoria negándote inconstante,
Yo siempre te amaré como á mi vida,
Mi amor serás hasta el postrer instante.

Y al mirar á la muerte despiadada,
Cuando todos te nieguen un abrigo,
Cuando todos te dejen olvidada,
Tu pobre amante morirá contigo.

Autor del poema: José Rosas Moreno

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