91 Poemas mexicanos 

EL VIAJE DE LA TRIBU

Otoño sitia el valle, iniquidad
desborda, y la sacrílega colina al resplandor
responde en forma de venganza. El polvo mide
y la desdicha siente quien galopa
adonde todos con furor golpean:
prisionero asistir al quebrantado círculo
del hijo que sorprende al padre contemplando
tras la ventana obstruida por la arena.
Sangre del hombre víctima del hombre
asedia puertas, clama: "Aquí no existe nadie",
mas la mansión habita el bárbaro que busca
la dignidad, el yugo de la patria
interrumpida, atroz a la memoria,
como el marido mira de frente a la mujer
y en el cercano umbral la huella ajena apura
el temblor que precede al infortunio.

Hierro y codicia, la impotente lepra
de odios que alentaron rapiñas e ilusiones
la simiente humedece. Al desafío ocurren
hermano contra hermano y sin piedad
tornan en pausa el reino del estigma:
impulsa la soberbia el salto hacia el vacío
que al declinar del viento el águila abandona
figurando una estatua que cayó.

Volcada en el escarnio del tropel
la tarde se defiende, redobla la espesura
ante las piedras que han perdido los cimientos.
Su ofensa es compasión cuando pasamos
de la alcoba dorada a la sombría
con la seguridad de la pavesa: apenas
un instante, relámpago sereno cual soldado
ebrio que espera la degradación.

De niños sonreímos a la furia
confiando en el rencor y a veces en la envidia
ante el rufián que de improviso se despide
y sin hablar desciende de la bestia
en busca del descanso. El juego es suyo,
máscara que se aparta de la escena, catástrofe
que ama su delirio y con delicia pierde
el último vestigio de su ira.

Vino la duda y la pasión del vino,
cuerpos como puñales, aquello que transforma
la juventud en tiranía: los placeres
y la tripulación de los pecados.
Un estallar alzaba en la deshonre
el opaco tumulto y eran las cercanías
ignorados tambores y gritos y sollozos
a los que entonces nadie llamó "hermanos".

Al fin creí que el día serenaba
su propia maldición. Las nubes, el desprecio,
el sitio hecho centella por la amorosa frase,
vajilla, aceite, aromas, todo era
un diestro apaciguar al enemigo,
y descubrí después sobre el naufragio tribus
que iban, eslabones de espuma dando tumbos
ciegos sobre un costado del navío.

Autor del poema: Alí Chumacero

77.78%

votos positivos

Votos totales: 9

Comparte:

PIEDRA NATIVA

A Roger Munier

La luz devasta las alturas
Manadas de imperios en derrota
El ojo retrocede cercado de reflejos

Países vastos como el insomnio
Pedregales de hueso

Otoño sin confines
Alza la sed sus invisibles surtidores
Un último pirú predica en el desierto

Cierra los ojos y oye cantar la luz:
El mediodía anida en tu tímpano

Cierra los ojos y ábrelos:
No hay nadie ni siquiera tú mismo
Lo que no es piedra es luz.

Autor del poema: Octavio Paz

77.62%

votos positivos

Votos totales: 764

Comparte:

EN UN ÁLBUM

Dicen que el nauta que frecuenta el hielo
del yermo boreal, venciendo el frío,
recibe a veces de ignorado cielo
una olorosa ráfaga de estío.

¡Qué beso el de tal hálito de paso!
¡Qué fruición! ¡Qué delicia! ¡Qué embeleso!
¡Sólo un beso de amor produce acaso
mayor placer que semejante beso!

Pues bien, yo experimento a tus miradas
lo que en el polo el peregrino siente,
cuando una de esas brisas perfumadas
va de otro clima a acariciar su frente.

En mi noche invernal, Dios ha querido
que el resplandor de tus pupilas fuera
un efluvio de rosas difundido
en un rayo de sol de primavera.

Autor del poema: Salvador Díaz Mirón

76.92%

votos positivos

Votos totales: 39

Comparte:

DECLARACIÓN DE AMOR

Ciudad que llevas dentro
mi corazón, mi pena,
la desgracia verdosa
de los hombres del alba,
mil voces descompuestas
por el frío y el hambre.

Ciudad que lloras, mía,
maternal, dolorosa,
bella como camelia
y triste como lágrima,
mírame con tus ojos
de tezontle y granito,
caminar por tus calles
como sombra o neblina.

Soy el llanto invisible
de millares de hombres.

Soy la ronca miseria,
la gris melancolía,
el fastidio hecho carne.
Yo soy mi corazón desamparado y negro.

Ciudad, invernadero,
gruta despedazada.

Bajo tu sombra, el viento del invierno
es una lluvia triste, y los hombres, amor,
son cuerpos gemidores, olas
quebrándose a los pies de las mujeres
en un largo momento de abandono
-como nardos pudriéndose.

Es la hora del sueño, de los labios resecos,
de los cabellos lacios y el vivir sin remedio.

Pero si el viento norte una mañana,
una mañana larga, una selva,
me entregara el corazón desecho
del alba verdadera, ¿imaginas, ciudad,
el dolor de las manos y el grito brusco, inmenso,
de una tierra sin vida?
Porque yo creo que el corazón del alba
en un millón de flores,
el correr de la sangre
o tu cuerpo, ciudad, sin huesos ni miseria.

Los hombres que te odian no comprenden
cómo eres pura, amplia,
rojiza, cariñosa, ciudad mía;
cómo te entregas, lenta,
a los niños que ríen,
a los hombres que aman claras hembras
de sonrisa despierta y fresco pensamiento,
a los pájaros que viven limpiamente
en tus jardines como axilas,
a los perros nocturnos
cuyos ladridos son mares de fiebre,
a los gatos, tigrillos por el día,
serpientes en la noche,
blandos peces al alba;
cómo te das, mujer de mil abrazos,
a nosotros, tus tímidos amantes:
cuando te desnudamos, se diría
que una cascada nace del silencio
donde habitan la piel de los crepúsculos,
las tibias lágrimas de los relojes,
las monedas perdidas,
los días menos pensados
y las naranjas vírgenes.

Cuando llegas, rezumando delicia,
calles recién lavadas
y edificios-cristales,
pensamos en la recia tristeza del subsuelo,
en lo que tienen de agonía los lagos
y los ríos,
en los campos enfermos de amapolas,
en las montañas erizadas de espinas,
en esas playas largas
donde apenas la espuma
es un pobre animal inofensivo,
o en las costas de piedra
tan cínicas y bravas como leonas;
pensamos en el fondo del mar
y en sus bosques de helechos,
en la superficie del mar
con barcos casi locos,
en lo alto del mar
con pájaros idiotas.

Yo pienso en mi mujer:
en su sonrisa cuando duerme
y una luz misteriosa la protege,
en sus ojos curiosos cuando el día
es un mármol redondo.
Pienso en ella, ciudad,
y en el futuro nuestro:
en el hijo, en la espiga,
o menos, en el grano de trigo
que será también tuyo,
porque es de tu sangre,
de tus rumores,
de tu ancho corazón de piedra y aire,
de nuestros fríos o tibios,
o quemantes y helados pensamientos,
humildades y orgullo, mi ciudad,

Mi gran ciudad de México:
el fondo de tu sexo es un criadero
de claras fortalezas,
tu invierno es un engaño
de alfileres y leche,
tus chimeneas enormes
dedos llorando niebla,
tus jardines axilas la única verdad,
tus estaciones campos
de toros acerados,
tus calles cauces duros
para pies varoniles,
tus templos viejos frutos
alimento de ancianas,
tus horas como gritos
de monstruos invisibles,
¡tus rincones con llanto
son las marcas de odio y de saliva
carcomiendo tu pecho de dulzura!

Autor del poema: Efraín Huerta

76.19%

votos positivos

Votos totales: 21

Comparte:

A TIRSA

¡Ah! ¿Qué mucho que al Sol que subía
se plagiara en divino esplendor
alma en quieto remanso la mía,
por abril, entre ramos en flor?

No cayera por brusca pendiente,
y sería, como ante quizá,
linfa pura y festiva el torrente
que frenético y túrbido va.

Envidiosos me culpan con saña
y me niegan al par honra y fe...
¡Estupenda y horrible patraña
triunfa, puesto en mi cólera el pie!

Y un consuelo has escrito a mis penas;
y la tinta consagra el favor,
si es carmín que ha corrido en tus venas
y por mí ha pintado un rubor.

¡Con qué brotes la planta retoña!
la fortuna es infausta y no cruel,
pues que al mísero escancia ponzoña
Y unge al vaso en el borde una miel.

Un misterio me asombra e infatua:
la ternura de un buen corazón,
y que un viento derribe la estatua
y no logre apagar el blandón.

¿Esperanzas? La suerte me abruma.
A rivales mi prez causó mal,
y en mi afrenta redoro mi gloria
y en la herida reclavo el puñal.

Sueño y rimo. La noche adelanta
su prestigio parece de ti.
A lo lejos un pájaro canta
y ¡ay! me dice que lloras por mí.

Una estrella fugaz viene al suelo,
deshilando en la sombra un fulgor...
Una lágrima rueda en el cielo...
es de ángel que acude al dolor!

Autor del poema: Salvador Díaz Mirón

75.93%

votos positivos

Votos totales: 54

Comparte:

LA BRISA

A mi querido amigo J.C. Fernández

Aliento de la mañana
que vas robando en tu vuelo
la esencia pura y temprana
que la violeta lozana
despide en vapor al cielo.

Dime, soplo de la aurora,
brisa inconstante y ligera,
¿vas por ventura a esta hora
al valle que te enamora
y que gimiendo te espera?

¿O vas acaso a los nidos
de los jilgueros cantores
que en la espesura escondidos
te aguardan medio adormidos
sobre sus lechos de flores?

¿O vas anunciando acaso,
sopla del alba naciente,
al murmurar de tu paso,
que el muerto sol del ocaso
se alza un niño en Oriente?

Recoge tus leves alas,
brisa pura del Estío,
que los perfumes que exhalas
vas robando entre las galas
de las violetas del río.

Detén tu fugaz carrera
sobre las risueñas flores
de la loma y la pradera,
y ve a despertar ligera
al ángel de mis amores.

Y dile, brisa aromada,
con tu murmullo sonoro,
que ella es mi ilusión dorada,
y que en mi pecho grabada
como a mi vida la adoro.

Autor del poema: Manuel Acuña

75.45%

votos positivos

Votos totales: 110

Comparte:

DILUVIO

Espaciosa sala de baile
alma y cerebro
dos orquestas, dos,
baile de trajes
las palabras iban entrando
las vocales daban el brazo a las consonantes.
Señoritas acompañadas de caballeros
y tenían trajes de la Edad Media
y de muchísimo antes
y ladrillos cuneiformes
papiros, tablas,
gama, delta, ómicron,
peplos, vestes, togas, armaduras,
y las pieles bárbaras sobre las pieles ásperas
y el gran manto morado de la cuaresma
y el color de infierno de la vestidura de Dante
y todo el alfalfar Castellano,
las pelucas de muchas Julietas rubias
las cabezas de lokanaanes y Marías Antonietas
sin corazón ni vientre
y el Príncipe Esplendor
vestido con briznas de brisa
y una princesa monosilábica
que no era ciertamente Madame Butterfly
y un negro elástico de goma
con ojos blancos como incrustaciones de marfil.
Danzaban todos en mí
cogidos de las manos frías
en un antiguo perfume apagado
tenían todos trajes diversos
y distintas fechas
y hablaban lenguas diferentes.

Y yo lloré inconsolablemente
porque en mi gran sala de baile
estaban todas las vidas
de todos los rumbos
bailando la danza de todos los siglos
y era, sin embargo, tan triste
esta mascarada!

Entonces prendí fuego a mi corazón
y las vocales y las consonantes
flamearon un segundo su penacho
y era lástima ver el turbante del gran Visir
tronar los rubíes como castañas
y aquellos preciosos trajes Watteau
y todo el estrado Queen Victoria
de damas con altos peinados.

También debo decir
que se incendiaron todas las monjas
B.C. Y C.O.D.
y que muchos héroes esperaron
estoicamente la muerte
y otros bebían sus sortijas envenenadas.
Y duró mucho el incendio
mas vi al fin en mi corazón únicamente
el confetti de todas las cenizas
y al removerlo
encontré
una criatura sin nombre
enteramente, enteramene desnuda,
sin edad, muda, eterna,
y ¡oh! Nunca, nunca sabrá que existen las parras
y las manzanas se han trasladado a California
y ella no sabrá nunca que hay trenes!

Se ha clausurado mi Sala de Baile
mi corazón no tiene ya la música de todas las playas
de hoy más tendrá el silencio de todos los siglos.

Autor del poema: Salvador Novo

75.00%

votos positivos

Votos totales: 8

Comparte:

PULIDA LA PIEL BAJO TUS ROSAS

Pulida la piel bajo tus rosas
de escamas, fomenta la corriente
lustral donde mis viejos años
vencidos beben sin saciarse.

La ambición de mi lengua, forma
el dócil espejo de tu lengua.

Y aquí comienza el canto nuevo.
Vestido aquí de harapos, canto.
Y nuevamente tú, me esfuerzo;
te cubro de gloria, te engalano
con mis tesoros de mendigo.

Si estuvieras otra vez, si fueras
de nuevo; si ardiendo de memoria
llegara a sacarte de tu casa
de niebla; si otra vez salieras
como carne de almendra dura
de entre las arrugas de la cáscara.

Los caracoles en tus piernas,
deleite del ver, y del oído,
los cascabeles en tus piernas.

Y ábrense y me miran y se vuelven
a mí los misericordiosos
ojos de tus pies, y de tus codos
los ojos me miran, y se abren
en mí los ojos de tus hombros.

Y a ti me llama el remolino
de hueso de tu ombligo, y ríen
en tu ombligo los azules dientes
con que amor espiaba y me mordía.

Hoy se desciñen los amarres
vivos de la cintura; hoy caen
los móviles nudos de la falda;
hoy las dos columnas se desnudan
y el nopal del centro ondulatorio.

Haraposo, canto y te enriquezco;
te contemplo fuera de tu casa.

En ti mi sombra a tientas busco;
sigo mi sombra en el reflujo
de los corazones de tu pecho;
de las manos en tu pecho, el préstamo
florido recibo y recompongo.

Tú, mi plumaje, mi serpiente;
mi plena de garras de ojos dulces;
mi madre del ala que se alumbra
en el corazón encenizado.

Si estuvieras aquí de nuevo
a la mitad fugaz del canto.
Si solamente te alcanzara.

Lumbre encontrada de mi sombra,
yo tu enviado soy; yo que regreso
a los tres rostros de tu doble
rostro; a tu rostro solo y único.

Autor del poema: Rubén Bonifaz Nuño

75.00%

votos positivos

Votos totales: 4

Comparte:

UNA PALOMA AL VOLAR

Una paloma al volar
su dorado pico abría;
todos dicen que me hablaba,
pero yo no le entendía.

1

Dame las alas, paloma,
para volar a tus vuelos,
para subir a los cielos
de otro cielo que no asoma.
Este cielo que me toma,
nieve y silencio temía;
y ha de caer todavía
mientras tu voz se sustraiga,
—Si está cayendo, que caiga,
no ha de durar más de un día.

2

¿Por qué ya no puedo amarte
–ay Amor– sin conocerte,
si en buscarte está la muerte
de saberte y no encontrarte?
¿Por qué de un tiempo a esta parte
en tu nombre está mi suerte?
¿Por qué, si digo no verte,
te pido que si me amas
me digas cómo te llamas
—ay Amor—para quererte?

3

Esta noche callaría,
aunque viniese la muerte.
¿y el silencio de perderte
con qué voz te cantaría?
Naranja dulce del día,
nocturno limón celeste,
te pido un favor y es éste:
(el que la canción pedía)
que le digas a María
que esta noche no se acueste.

Autor del poema: Gabriel Zaid

75.00%

votos positivos

Votos totales: 20

Comparte:

NOCTURNO

Milímetros de ti convergen ahogándose, bajo la noche, la fantasía de toda
la transparencia empozada en el cuarto.

Tu mirada oscila con un cerrado esplendor,
y en tu saliva surgen pedazos de nombres, alas de quemaduras: la noche
resuena en tu paladar
con paso lentísimo de larva y roce tibio,

de animales numerosos extraviados en el reino de tus ropas, mezcladas
de cualquier modo en la silla sombría,

bajo techos muertos y lúcidos, recogido tú en los dones del sueño sobre
tu cabeza hipnotizada de silencio.

Autor del poema: David Huerta

74.32%

votos positivos

Votos totales: 74

Comparte:

Desde el 61 hasta el 70 de un total de 91 Poemas mexicanos

Añade tus comentarios