80 Poemas latinoamericanos
A TI (SUB-UMBRA)
Tú no lo sabes... mas yo he soñado
entre mis sueños color de armiño,
horas de dicha con tus amores
besos ardientes, quedos suspiros
cuando la tarde tiñe de öro
esos espacios que juntos vimos,
Cuando mi alma su vuelo emprende
a las regiones de lo infinito
aunque me olvides, aunque no me ames
aunque me odies, ¡sueño contigo!
EL ENAMORADO
Lunas, marfiles, instrumentos, rosas,
lámparas y la línea de Durero,
las nueve cifras y el cambiante cero,
debo fingir que existen esas cosas.
Debo fingir que en el pasado fueron
Persépolis y Roma y que una arena
sutil midió la suerte de la almena
que los siglos de hierro deshicieron.
Debo fingir las armas y la pira
de la epopeya y los pesados mares
que roen de la tierra los pilares.
Debo fingir que hay otros. Es mentira.
Sólo tú eres. Tú, mi desventura
y mi ventura, inagotable y pura.
AQUÍ PASABA A PIE POR ESTAS CALLES
Aquí pasaba a pie por estas calles,
sin empleo ni puesto y sin un peso.
Sólo poetas, putas y picados
conocieron sus versos.
Nunca estuvo en el extranjero.
Estuvo preso.
Ahora está muerto.
No tiene ningún monumento…
Pero
recordadle cuando tengáis puentes de concreto,
grandes turbinas, tractores, plateados graneros,
buenos gobiernos.
Porque él purificó en sus poemas el lenguaje de su pueblo,
en el que un día se escribirán los tratados de comercio,
la Constitución, las cartas de amor,
y los decretos.
ELLIS ISLAND
Yo imaginaba
peces inverosímiles
bajo ese mar que era -entre ocres y azules-
de un verde titubeante,
cuando el ferry ancló en Ellis Island.
Entonces,
mi corazón hiló historias de emigrantes
que pasaron por allí
llevando en su equipaje
las amadas,
pequeñas cosas:
un retrato,
un reloj,
un espejo,
los viejos libros heredados,
las semillas de la tierra que dejaron.
Hoy,
en Ellis Island,
las paredes
ennegrecidas por el tiempo
sólo guardan las memorias
de los altos,
ojiazules hombres y mujeres,
que vinieron del mar.
Hoy,
los robledales bosquejan
sus sombras en actitud litúrgica,
mientras observo desde el ferry
apagada la luz del corazón.
CAZADORES
Pasaron tres cazadores con escopetas,
a las cinco pasaron a esconderse,
cuando escandilen los zorros,
cuando encandilen al venadito
ya estará alta la luna.
Pasaron tres cazadores
con los ojos envueltos en violetas,
berro en la frente;
pasaron echando olor, suave olor
por el camino.
Saben muchas canciones,
si viene el tigre lo van a embobar.
Esperan que las perdices estén dormidas en la hierba,
esperan que el silbador traiga los venados
al bebedero.
Volvieron los tres cazadores,
volvieron al otro día,
pasaron con un tigre empalado
sobre los hombros.
Le echaron encanto por los ojos, le echaron
un lazo de seda,
lo rodearon de candela y le cantaron
y cayó muerto con plomo en la cabeza
esta mañana,
y la luna todavía estaba alta.
A LA NAVE
¿Qué nuevas esperanzas
al mar te llevan? Torna,
torna, atrevida nave,
a la nativa costa.
Aún ves de la pasada
tormenta mil memorias,
¿y ya a correr fortuna
segunda vez te arrojas?
Sembrada está de sirtes
aleves tu derrota,
do tarde los peligros
avisará la sonda.
¡Ah! Vuelve, que aún es tiempo,
mientras el mar las conchas
de la ribera halaga
con apacibles olas.
Presto erizando cerros
vendrá a batir las rocas,
y náufragas reliquias
hará a Neptuno alfombra.
De flámulas de seda
la presumida pompa
no arredra los insultos
de tempestad sonora.
¿Qué valen contra el Euro,
tirano de las ondas,
las barras y leones
de tu dorada popa?
¿Qué tu nombre, famoso
en reinos de la aurora,
y donde al sol recibe
su cristalina alcoba?
Ayer por estas aguas,
segura de sí propia,
desafiaba al viento
otra arrogante proa;
Y ya, padrón infausto
que al navegante asombra,
en un desnudo escollo
está cubierta de ovas.
¡Qué! ¿No me oyes? ¿El rumbo
no tuerces? ¿Orgullosa
descoges nuevas velas,
y sin pavor te engolfas?
¿No ves, ¡oh malhadada!
que ya el cielo se entolda,
y las nubes bramando
relámpagos abortan?
¿No ves la espuma cana,
que hinchada se alborota,
ni el vendaval te asusta,
que silba en las maromas?
¡Vuelve, objeto querido
de mi inquietud ansiosa;
vuelve a la amiga playa,
antes que el sol se esconda!
LAS PANTALLAS DE FÁTIMA
Niebla y paisaje. Vago hemisferio
que marca un lírico planisferio;
noche de noches y de zafires
sobre la ruta de los fakires;
luna que azula la lontananza
con las turquesas de su romanza;
cielo que empluma los desahelos
con la quimera de tardos vuelos:
en el desierto de locas glorias
donde se angostan las trayectorias.
Tienden las brumas en los mirajes
Su desabrido guipur de encajes.
Luz indecisa de un asteroide
Sobre la negra mancha elipsoide
Y hay un Mar Muerto tras la neblina,
Como una gota de tinta china.
QUERIDA LITTY
Desde hace meses
con inusitada frecuencia
no me deja el cartero cartas tuyas.
Será amnesia del hombre
o tal vez las apile
en un rincón limpio
de su cuarto de soltero
solterón
y algún día me las traiga
cinta rosa
todas juntas
como un banquete
para el olvidado hambriento
que puede imaginarse
desde ahora
una clara catarata
de ternuras y recuerdos.
BEBIDA TURBIA
Escucho tus ondas, inefable noche, tu soplo, oh reina del sueño, en mi urbe.
La oda comienza: que muja en mí la imprenta.
¡Funde este orden, ácido rojo del estío!
Y que yo palpe las verdes ancas de la pradera.
La imagen del Espíritu Santo se inflama detrás de las vidrieras;
Sus bordadas alas de amor penden de las extremidades del dintel,
Y las umbelíferas sombras de miel se abrasan y me penetran,
Sus sombras ardientes y jadeantes en torno de las flores: pentecostés de mis padres.
¡Rocas, como esos frutos
Madurad, rocas bajo la luna,
En las salivas del año!
Ah los paisajes de mi grandeza.
Y más blancas que todas las nieves,
Que el iris del moribundo,
En los hontanares del limpio cielo, mis sienes palpitan.
Sudor de las lacas, plenitud de los poros.
Estoy prendido a los muros del antro como las lágrimas de las madréporas.
Semejante al gallo en su demencia planetaria,
Estoy poseído por la sibilina diestra de yeso.
¡Oh palabra en el olvido,
Astro del desierto, alumbra mi desnudez!
Deja al agua celeste de tus ramas extenderse y fulgurar
Sobre el paisaje de un solitario.
El verde grito del sapo se torna líquido en mi alma.
Y como el topo
Que mira las bóvedas de la tierra,
La frase, urgente misiva, desgarra su envoltura.
Ambulo ciego y busco los treinta y tres clavos sobre el piso;
El alfabeto del bosque me restituye las palabras sonoras, ya pronunciadas.
¡Os ruego!
Miembros de la aventura, modelad el limo de nuestro semblante.
Los párpados se ahuyentan, el cielo se construye.
Súbita virgen, ¿eres tú como el océano
Que resplandece de pronto en este abismo de ceguera?
En tanto que se eternizan, en la encarnada espera de mi sangre,
El clamor, el estrépito y la velada voraz de las chinches,
¡Levantáos, espadas, en la plata de vuestra fuerza,
Y arrancadme de este horno!
¡Desgarradme, uñas, esta corteza y estas membranas tan pesadas de sueño!
Las aristas del sílex, la cal y el follaje de las rocas
Se enarbolan en mis ojos.
Bajo el peso y el sonido de tu presencia,
Los muros de mi guarida se yerguen en las raíces de la tormenta,
¡Fértil estrato de la noche!
Y mi sombra se regodea en la soledad de tus muros.
Se ciñen las llamas de las cortinas a las cañas de mis arterias;
¡No es el nimbo sino la huella del duro casco!
Aprestaos a descender, tan lúcidos como el aire del cielo, a mecerme, pájaros;
A fin de que mi corazón en gozo recuerde la frescura de las aguas.
Pero, oh Lázaro, ¿quién mojará mis labios en estos parajes?
¡Quién de este mundo podrá morder la maleza de mi exilio?
El infortunio toma en mí las formas del continente;
¡Y el alma siniestra de fango
Macula el templo y las sedas eucarísticas de su asilo!
CUARESMA
Ahora que una fuerza extraña hace crujir mis dientes
Y un oceánico silbo de tromba hace cerrar mis ojos,
En mi alma se extiende el eco de una voz profunda.
Soledades de un mundo abstracto,
Soledades a través del espacio melódico de los cielos,
Soledades, os presiento.
¡Oh Pascal!
El espíritu de aventura y de geometría,
En avalancha me sobrecoge.
¡Y acaso no soy sino un acróbata
Sobre las geodésicas y los meridianos!
Mas, como tú antaño, pequeño Blas,
Boca arriba bajo las sillas,
Con gran estrépito muerdo los travesaños.
¡Oh nupcial estación de la desposada!
El pentecostés de las hojas de otoño ilumina las ventanas.
¡Oh recuerdo! ¡Oh paciente y dulce memoria dignificando sus aguas.
En el amoroso y cálido recinto de las cortinas
¡Oh palpitación vertiginosa
De esas alas bajo las sienes!
(¡Sombra eterna de mis manos!)
Ruta solar de mi potencia
y ruta del pan: la espiga violenta.
Las pupilas ávidas del colegial se consumen a la sombra de los graneros;
las goteras siembran sus gladiolos de cristal
y toda la granja sucumbe bajo la gracia de Dios.
Torrentes, torrentes, ¡oh rieles de Aldebarán
Por donde resbalan los trineos!
El pintor revolotea y canta en el baile de los pájaros
Sobre nuestras cabezas, en el deslumbramiento de la paloma,
En la ardiente seda del movimiento.
¡Ah, que venga,
Flor apagada en el aliento de su tumba,
Nuestra madre hasta nosotros,
Nuestra tierna madre en la augusta presencia de los océanos!
Sobre ti, flora alada de mis manos,
Sobre ti mis ojos se cierran
Como labios
Al sabor de un vino más generoso.
¡Ah, muy pronto serán los remolinos de la penumbra!
Señor: Vuestras seis épocas en un collar.
El himno exaltado de la palabra nos sostiene
¡Y más fresco que todas esas hierbas
De nuestras salivas el pilar de donde salta el licor de los gineceos!
¡Manantial! confesión de un alma que se honra
En ser aún más blanca que la aurora.
Rompeos, puertas: El día que acaba de nacer
Llamea en la hoja límpida de la ventana.
La luna ya se extingue a las brisas del mundo:
Apresúrate,
¡Oh mi alma y despierta, en la octava de tu canto,
El florilegio de la pradera!
Como beben, al filo de la sombra, las vertientes y los valles,
Como se abrevan en esas linfas que brotan de la misma entraña metálica de la roca,
Yo me sacio en la garrafa del ventrílocuo.
¡Ah, bajo la amenaza de los signos siderales,
Huye amigo -cabalga los montes y las tinieblas-
Aún a riesgo de perecer
En la brasa relampagueante de los vitrales!
¡Escucha! Oye cómo cruje a lo lejos la encrucijada,
Génesis de tu soplo,
Teclado del viajero.
-En mí, el más noble ejemplar de las aves zancudas
Espumea y gruñe la saltante savia del caucho.
Esas voces del huracán, aún distantes, sacuden
El bosquecillo sonriente de las brisas en la mañana:
Como ellas me levanto en la verticalidad floral de mi impulso
¡Oh manantiales! Como ellos aspiro a las cimas
líquidas y seculares de la selva.
Cal viva y lustral de las lagartijas del cuerpo en harapos.
A la sombra de las secoyas meditan las formas barrocas
La herrumbre esponjosa de la tormenta rumia y se dilata
En la verde substancia del aire,
El relámpago estalla
En las piedras y en los bosques,
En la noche eocena del cazador.
-Oh flores,
Mi saliva es tan dulce como el elixir de vuestros cálices.
Tan emocionante en el llamado:
¡Ven, acude!
Ven, señor de las ondas y de las especias:
¡Oh navegante Cristóforo,
Dinos el esplendor subterráneo
De tus provincias veteadas de oro!
En el cielo la orilla de sombra, atropellamiento de fantasmas.
Llevad esos lagos, esas islas, esos arrecifes,
¡Oh brazos del semáforo!
Id, oh mis párpados, barcas locas, id a zozobrar incesantemente,
Id, entre las campanas de los náufragos, a tejer vuestras cortinas de plata!
El ángel ronca,
El ángel en acecho.
En el estruendo de mis oídos, el ángel prepara su nido siniestro.
Incansable, la espuma color de humo.
Emerge - baba inmunda de las bebidas de Baltazar.
Los palmípedos, los ganoides remontan la corriente
De esas aguas tumultuosas bajo las aguas,
De esas trombas ensordecedoras y submarinas del trueno.
El águila altiva,
El águila apocalíptica planea y reina sobre los vientos.
¡Tierra! ¡Tierra!
Yo me estremezco hasta las cenizas de mis huesos.
¡Tierra! ¡Tierra! Llegamos a la isla violenta de Pathmos.
Viñas de Neé, racimos de Jafet,
El vino me envuelve con todos sus anillos,
-Detrás de las vigas vigilantes del dintel .
Amigos, cumplamos la orden del alfabeto,
La visión y la estima conyugales.
El polen del solsticio, como la miel, en la basílica
Deslumbrante de mi oído,
Las harinas, las llamas del desierto,
¡El misterio del mundo abierto a mi conocimiento!
¡Ah, yo no tengo el secreto de las sutiles Matemáticas!
Mas los trucos y los nombres, los hilos del Algebra,
Me ayudarán a olfatearte
¡Oh tácita estrella de magnesio!
Ya, luminosa, te anuncias a la turbación de mi pensamiento.
Mis miembros ciegos exploran
las brumosas telas de araña.
El pájaro balsámico
No otea como etapas de su vuelo
Sino las sílabas inciertas de mi palabra.
-¡Detén tus bielas, las facetas de tu ojo,
Oh mosca dactilógrafa de mi sueño!
A grandes pasos subimos por la escala botánica:
¡Dios!
La casa se ausenta de nosotros, con el gran estremecimiento de sus persianas.
Antaño, en Florida, sobre campos de esmeralda y de pimienta
El Cordero Místico pastaba libremente.
¡Oh chantres sobre las colinas
Prestáos a la alborada que os cantan los metales.
-¡Es verdad! Ya no es el bello desorden de la oda:
¡Sobre la playa se expande la umbela del barbero!
Ondinas, oréadas, hijas eternales en éxodo
¡Aleluya! Ved
Aparecer -como zócalo el rumor angélico de las brisas-
En el aire diáfano, las Siete Iglesias.
Abre. las puertas,
Grita las palabras de tu Libro
¡Oh Juan!
¡Descansad
Descansad, astros!
¡Que el autómata vaya a retorcer su corbata de cáñamo!
El imán magnético desata los glaciares de la aurora boreal;
Es la hora
En que el ángel reposa sobre el estante de su sombra,
Para la espera final.
El espíritu de las flores visita las tumbas
Y la extraña morada,
La extraña y melódica morada de las aguas cenitales.
Llevo mi cabeza en la mano como San Dionisio
Desganadamente, Señor, ¿de qué país
Vengo para hacerme una imagen
de la amargura de Vuestro rostro?
Ahora que una fuerza extraña hace crujir mis dientes,
Me penetran como silbidos sordos Vuestras miradas.
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