Poemas
Aquí, en la portada, puedes leer los 100 mejores poemas de siempre, según vuestros votos, separados en dos listas: 50 son de autores consagrados, y los otros 50 de usuarios. Tiene mucho mérito aparecer en esta selección, así que si te esfuerzas a lo mejor te puntúan tan bien que sales aquí. ¡No dejes de intentarlo!
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LA FORTUNA
En su curso voluble la Fortuna
todo cuanto me diera me quitó;
Y la Miseria pálida y hambrienta
el umbral de mi puerta se sentó.
Y llegó la Amistad la que en un día
el festín de mis dichas presidió-
y aunque le dije ven, ella, espantada
al ver aquel espectro, se alejó.
Amor llegó también... Sellé mi labio,
porque temí que se alejara Amor;
pero él sin vacilar, bañado en lágrimas,
vino a mi presuroso... y me abrazó.
Y la Miseria pálida y hambrienta
que al umbral de mi puerta se sentó
a la luz de aquel ángel que lloraba,
ella... ¡la horible harpía!... se embelleció.
LA NIÑA DE GUATEMALA
Quiero, a la sombra de un ala,
contar este cuento en flor:
la niña de Guatemala,
la que se murió de amor.
Eran de lirios los ramos;
y las orlas de reseda
y de jazmín; la enterramos
en una caja de seda...
Ella dio al desmemoriado
una almohadilla de olor;
él volvió, volvió casado;
ella se murió de amor.
Iban cargándola en andas
obispos y embajadores;
detrás iba el pueblo en tandas,
todo cargado de flores...
Ella, por volverlo a ver,
salió a verlo al mirador;
él volvió con su mujer,
ella se murió de amor.
Como de bronce candente,
al beso de despedida,
era su frente -¡la frente
que más he amado en mi vida!...
Se entró de tarde en el río,
la sacó muerta el doctor;
dicen que murió de frío,
yo sé que murió de amor.
Allí, en la bóveda helada,
la pusieron en dos bancos:
besé su mano afilada,
besé sus zapatos blancos.
Callado, al oscurecer,
me llamó el enterrador;
nunca más he vuelto a ver
a la que murió de amor.
EL ROSTRO VI DE MI DIFUNTA ESPOSA
El rostro vi de mi difunta esposa,
devuelta, como Alceste, de la muerte,
con que Hércules acrecentó mi suerte,
lívida y rescatada de la fosa.
Mía, incólume, limpia, esplendorosa,
pura y salvada por la ley tan fuerte,
y contemplo su hermoso cuerpo inerte
como el que está en el cielo en que reposa.
De blanco a mí llegó toda vestida,
cubierto el rostro, y alcanzó a mostrarme
que en amor y en bondad resplandecía.
¡Cuánto brillo, reflejo de su vida!
Pero ¡ay! que se inclinó para abrazarme
y desperté y vi en noche vuelto el día.
MILLONARIOS
Tómame de la mano. Vámonos a la lluvia
Descalzos y ligeros de ropa, sin paraguas,
Con el cabello al viento y el cuerpo a la caricia
Oblicua, refrescante y menuda, del agua.
¡Que rían los vecinos! Puesto que somos jóvenes
Y los dos nos amamos y nos gusta la lluvia,
Vamos a ser felices con el gozo sencillo
De un casal de gorriones que en la vía se arrulla.
Más allá están los campos y el camino de acacias
Y la quinta suntuosa de aquel pobre señor
Millonario y obeso, que con todos sus oros
No podría comprarnos ni un gramo del tesoro
Inefable y supremo que nos ha dado Dios:
Ser flexibles, ser jóvenes, estar llenos de amor.
FUE MI NIÑEZ COMO UN JARDÍN RISUEÑO
Fue mi niñez como un jardín risueño,
donde a los goces de mi edad esquivo,
presa ya de la fiebre del ensueño
vague dolientemente pensativo.
Sentí en el alma un natural deseo
de cantar a la orilla del camino
halle una lira no cual la de Orfeo
y obedezco el mandato del destino.
Al mirarme al espejo, ¡cuán cambiado
estoy! no me conozco ni yo mismo
tengo los ojos de mirar cansado
algo del miedo del que ve un abismo.
EL FUTURO
Y se muy bien que no estarás.
No estarás en la calle
en el murmullo que brota de la noche
de los postes de alumbrado,
ni en el gesto de elegir el menú,
ni en la sonrisa que alivia los completos en los subtes
ni en los libros prestados,
ni en el hasta mañana.
No estarás en mis sueños,
en el destino original de mis palabras,
ni en una cifra telefónica estarás,
o en el color de un par de guantes
o una blusa.
Me enojaré
amor mío
sin que sea por ti,
y compraré bombones
pero no para ti,
me pararé en la esquina
a la que no vendrás
y diré las cosas que sé decir
y comeré las cosas que sé comer
y soñaré los sueños que se sueñan.
Y se muy bien que no estarás
ni aquí dentro de la cárcel donde te retengo,
ni allí afuera
en ese río de calles y de puentes.
No estarás para nada,
no serás mi recuerdo
y cuando piense en ti
pensaré un pensamiento
que oscuramente trata de acordarse de ti.
LLORAR A LÁGRIMA VIVA
Llorar a lágrima viva.
Llorar a chorros.
Llorar la digestión.
Llorar el sueño.
Llorar ante las puertas y los puertos.
Llorar de amabilidad y de amarillo.
Abrir las canillas,
las compuertas del llanto.
Empaparnos el alma, la camiseta.
Inundar las veredas y los paseos,
y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir a los cursos de antropología, llorando.
Festejar los cumpleaños familiares, llorando.
Atravesar el África, llorando.
Llorar como un cacuy, como un cocodrilo…
si es verdad que los cacuíes y los cocodrilos
no dejan nunca de llorar.
Llorarlo todo, pero llorarlo bien.
Llorarlo con la nariz, con las rodillas.
Llorarlo por el ombligo, por la boca.
Llorar de amor, de hastío, de alegría.
Llorar de frac, de flato, de flacura.
Llorar improvisando, de memoria.
¡Llorar todo el insomnio y todo el día!
LA GARZA
¿Cómo es posible, dueña
de camisa tan alba
que te bañes esbelta
en una impura charca?
SU VOZ
La intrépida abeja vaga de rama en rama,
Con su hirsuto abrigo y ligeras alas,
Ahora sobre el pétalo del lirio,
Ahora balanceándose en un jacinto,
En torno a él:
Estaba cerca el amor; y fue aquí, supongo,
Donde realicé mi voto.
Juré que dos almas deberían ser una,
Mientras las gaviotas amen el mar,
Mientras los girasoles amen el sol.
Será, dije, nuestra eternidad,
Tuya y mía.
Querida amiga, aquellos tiempos se han ido,
La red del Amor se ha cerrado.
Mira hacia arriba, donde los álamos
Danzan y danzan en el aire del estío,
Aquí en el valle, la brisa nunca
Agita los frutos, pero allí
Los grandes vientos soplan,
Y desde el susurro místico del mar
Arriban las olas que acarician la costa.
Mira hacia arriba, donde gritan las níveas gaviotas,
¿Qué pueden contemplar qué nosotros no vemos?
¿Acaso una estrella? ¿O quizás la lámpara que ruge
En algún lejano y perdido buque?
¡Ah, puede ser!
¡Hemos vivido en una tierra de sueños!
Y que triste parece.
Mi Vida, no queda nada por decir,
Salvo esto: el amor nunca se pierde,
El filo del invierno desgarra el pecho de mayo,
Y sus rosas carmesí brotan quebrando el hielo.
Los navíos de la tempestad
En alguna bahía encontrarán su muelle,
Así como nosotros deberíamos hacerlo.
Y no queda nada por hacer
Salvo besarnos una vez más, y partir.
No, no hay nada que debamos lamentar,
Yo tengo mi belleza, y tu el arte.
No, que nunca comience,
Un mundo no es suficiente
Para dos como tú y yo.
LA POESÍA JAMÁS TE OLVIDARÁ
Te he vuelto a ver desnuda
y se me han corrido los ojos de pena.
Debí borrar aquellas fotos
el día que te olvidé,
¿pero quién sabe cómo deshacerse
del rastro de una estrella fugaz
cuando ya te ha mirado a los ojos?
Uno es preso de todo lo que ha amado
porque el amor es una condena de cadena perpetua
en una cárcel sin rejas.
Estabas preciosa vestida de nada.
Solo eres verdad cuando eres silencio,
cuando eres paz y calma
y te pintas de blanco el pelo para mí.
Hubiera jurado que fuiste real
cuando te vi llorar por mí,
cuando temblaste de miedo por mí,
cuando te descubriste besándome a mí.
Nada me asusta más que pensar
que quizá solo existieras en mi cabeza.
Ojalá entendieras lo sola que me siento
cuando te pienso,
como si cargara con una tristeza que no me corresponde
y has hecho tuya
-ya ni mi pena es mía-.
Te empeñaste en ser la protagonista de mi vida
aunque fueras la mala,
no me quiero por haberte creado
aunque definas parte de mi historia.
Te regalo mi atención,
si es lo que quieres,
pero baja ya el puto telón
y deja que corte mi cabeza.
No hay nada más triste
que querer hacer un best-seller
de un libro solo para dos
ni una película rodada para un único espectador.
O quizá sí,
quizá sea más triste el silencio
cuando no es forzado.
Apareces cuando me quedo a solas
conmigo misma,
en ese infierno en el que la soledad
es una multitud de gente y ruido
y alguien llora al otro lado de la pared,
y entre la tentación de odiarte
o abandonarme a lo que depare tu recuerdo
-con suerte un suspiro,
sin ella un poema-
aprieto los dientes con fuerza
y dejo que pases,
como un dolor momentáneo,
como un golpe seco y certero,
como una palabra mal dicha
y a destiempo,
como las horas el peor día de tu vida:
sin remedio, con esfuerzo
y sin darle importancia.
Hay sueños
que son la estela de un deseo constante
y otros que reflejan anhelos secretos
y son casi pesadillas.
Adivina en cuáles sales tú.
No he superado este dolor
porque aún no he desaprendido
el placer de mis heridas.
El día que deje de escribir
y alguien me aplauda
sabré que existe la inocencia.
No te creas dueña y señora
de mi tristeza:
solo aquel que posee algo es capaz de liberarlo,
y hace ya demasiadas palabras
que sé que eres un motivo pero no la causa
-esa gran diferencia
que tan poca gente entiende-.
Un día me salvaré y el cielo caerá sobre mi cabeza.
Me siento mejor así,
de veras,
no te entristezcas y te vuelvas una nube gris por ello.
Tengo que aprender a llorar mejor,
olvidar la vida que no pasa,
volver a casa
y dejar que me noten ausente,
deshacerme de las armas
que coloqué hace un tiempo en un lado de la cama
y besar en la boca a la calma.
Escúchame:
mi bandera blanca es mi piel desnuda
y hace tiempo que no paso frío.
Quien me conoce sabe que no es fácil hacerlo:
por eso la mayoría huye al principio,
por eso los pocos que lo consiguen se quedan para siempre.
No dejo sin casa
a aquel que llega a mí atravesando bosques de lenguas extintas.
Tengo, del mismo modo,
que confesarte de una manera dulce
que te he olvidado,
que tus fotos son una caricia del pasado
pero en mi mañana ya no te miro,
que he aprendido que recordarte
no es más que un beso a mi herida
para que no se sienta tan sola
como yo cuando me la hiciste,
que aquí hace tiempo que ya es primavera
aunque haya días de tormentas torrenciales
pero mírame: he aprendido a bailar
-quién lo diría, amor,
con esta vida que llevo tan llena de tropiezos-.
No sé dónde estás
pero sé que en el lugar que sea
estarás orgullosa de mí por olvidarte.
Te he olvidado,
amor roto.
Pero no tengas miedo
a que nadie te recuerde:
la poesía jamás te olvidará.
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