121 Poemas de muerte
QUÉ RUIDO TAN TRISTE
Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman,
parece como el viento que se mece en otoño
sobre adolescentes mutilados,
mientras las manos llueven,
manos ligeras, manos egoístas, manos obscenas,
cataratas de manos que fueron un día
flores en el jardín de un diminuto bolsillo.
Las flores son arena y los niños son hojas,
y su leve ruido es amable al oído
cuando ríen, cuando aman, cuando besan,
cuando besan el fondo
de un hombre joven y cansado
porque antaño soñó mucho día y noche.
Mas los niños no saben,
ni tampoco las manos llueven como dicen;
así el hombre, cansado de estar solo con sus sueños,
invoca los bolsillos que abandonan arena,
arena de las flores,
para que un día decoren su semblante de muerto.
M.A.
Estas visitas que nos hacemos,
vos desde la muerte, yo
cerca de ahí, es la infancia que
pone un dedo sobre
el tiempo. ¿Por qué
al doblar una esquina encuentro
tu candor sorprendido?
¿El horror es una música extrema? ¿Las
casas de humo donde vivía
el fulgor que soñaste?
¿Tu soledad obediente
a leyes de fierro? La memoria
te trae a lo que nunca fuiste.
La muerte no comercia.
Tu saliva está fría y pesás
menos que mi deseo.
(A su fallecido hijo Marcelo)
Tragedia
Que tengo miedo
me ha preguntao la muerte...
Inevitable.,
Dentro de la boca
de un muerto malholiente.
Me he abandonao en los brazos
de las tinieblas.
Pues que mi razón se ha escurrido
en un charco de sangre.
No he querido regresar para evitar
la agonia.
Noche gris y fría envuelveme
con tu manto de tierra
y hazme podrir en tu aroma
a olvido.
Y me ha preguntao por allí!
El suelo huele a muerte.
UN BEL MORIR
De pie en una barca detenida en medio del río
cuyas aguas pasan en lento remolino
de lodos y raíces,
el misionero bendice la familia del cacique.
Los frutos, las joyas de cristal, los animales, la selva,
reciben los breves signos de la bienaventuraza.
Cuando descienda la mano
habré muerto en mi alcoba
cuyas ventanas vibran al paso del tranvía
y el lechero acudirá en vano por sus botellas vacías.
Para entonces quedará bien poco de nuestra historia,
algunos retratos en desorden,
unas cartas guardadas no sé dónde,
lo dicho aquel día al desnudarte en el campo.
Todo irá desvaneciéndose en el olvido
y el grito de un mono,
el manar blancuzco de la savia
por la herida corteza del caucho,
el chapoteo de las aguas contra la quilla en viaje,
serán asunto más memorable que nuestros largos abrazos.
ADIÓS AL POETA RAFAEL MELERO (MUERTO DE CÁNCER A LOS 39 AÑOS)
No hay que llorarte, Melero.
Fuera llantos. Lo que quiero
es patear,
gritar que está muy mal hecho
—¡no hay derecho, no hay derecho!—
y no llorar.
Juntó tu esencia secreta
la vida, y creó un poeta:
un corazón,
que en ensueño se doblaba
y en clara estela dejaba
su sazón...
No se forja así un poeta
para hacerle la peseta,
y como en un
juego estúpido y malvado,
romper lo más delicado
al tuntún.
¿Qué bestia gris burriciega
trota idiota, y te nos siega
al trompicón?
¿qué negro toro marrajo
te metió ese golpe bajo,
a traición?
No lloro por ti, Melero
(mira mis ojos): yo quiero
protestar,
gritar que es un asco, ea,
y maldecir —a quien sea—,
y no llorar.
REGRESO DE DEOLA
Volveremos a la calle a mirar transeúntes
y también nosotros seremos transeúntes.
idearemos
cómo levantarnos temprano, deponiendo él
disgusto
de la noche y salir con el paso de otros tiempos.
Le daremos en la cabeza al trabajo de otros
tiempos.
Volveremos a fumar atolondradamente contra el
vidrio,
allá abajo. Pero los ojos serán los mismos,
también el rostro y los gestos. Ese vano secreto
que se demora en el cuerpo y nos extravía la
mirada
morirá lentamente en el ritmo de la sangre
donde todo se pierde.
Saldremos una mañana,
ya no tendremos casa, saldremos a la calle;
nos abandonará el disgusto nocturno;
temblaremos de soledad. Pero querremos estar
solos.
Veremos los transeúntes con la sonrisa muerta
del derrotado, pero que no grita ni odia
pues sabe que desde tiempos remotos la suerte
—todo lo que ha sido y será— lo contiene la
sangre,
el murmullo de la sangre. Bajaremos la frente,
solos, a media calle, a escuchar un eco
encerrado en la sangre. Y ese eco nunca vibrará.
Levantaremos los ojos, miraremos la calle.
Mi calavera.
Calaverita convertida en angelito
que alguna vez fuiste vida
vuelas hoy en el limbo
¿sabrás que es tu lugar?
Incógnita del mundo sos
vienes a los sueños hoy
conmoviendo a los que te aman
que esperan el mañana
Calavera que formas los rasgos
según la mente cuente
al ser amado asociado
bailas con tu destino amado
La parca ya nos alcanzará
justo en el momento indicado
ni un día más ni uno menos
aquí te espero para que mi alma
vuele junto a ti calaverita mía...
MUERTE DE MARÍA
Como se ve en la rama de mayo abrir la rosa,
fulgente de hermosura, su primor florecido;
y al mismo sol, de celos sentirse estremecido
sin ella deja el alba su lágrima radiosa;
Y la gracia en sus pétalos recogerse amorosa,
y en el jardín y el árbol su aroma trasfundido,
o en estivales fuegos, o por la lluvia herido,
deshojarse su cáliz y morir silenciosa;
Tal en la primavera de tu ser esplendente,
cuando el mundo y los cielos diademaban tu frente,
rendida por la Parca ya en cenizas reposas...
Recibe por ofrenda mi llanto y mis clamores,
y esta copa votiva y esta lluvia de flores:
vivo o muerto, que sea tu cuerpo sólo rosas.
NO LUCHO MÁS
No lucho más. Te dejo:
el sepulcro vastísimo;
que fue tierra de mis padres,
sueño, sentido. Me muero,
porque no sé cómo vivir.
HAY CEMENTERIOS SOLOS TUMBAS LLENAS DE...
Hay cementerios solos,
tumbas llenas de huesos sin sonido,
el corazón pasando un túnel
oscuro, oscuro, oscuro,
como un naufragio hacia adentro nos morimos,
como ahogarnos en el corazón,
como irnos cayendo desde la piel del alma.
Hay cadáveres,
hay pies de pegajosa losa fría,
hay la muerte en los huesos,
como un sonido puro,
como un ladrido de perro,
saliendo de ciertas campanas, de ciertas tumbas,
creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia.
Yo veo, solo, a veces,
ataúdes a vela
zarpar con difuntos pálidos, con mujeres de trenzas muertas,
con panaderos blancos como ángeles,
con niñas pensativas casadas con notarios,
ataúdes subiendo el río vertical de los muertos,
el río morado,
hacia arriba, con las velas hinchadas por el sonido de la muerte,
hinchadas por el sonido silencioso de la muerte.
A lo sonoro llega la muerte
como un zapato sin pie, como un traje sin hombre,
llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo,
llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta.
Sin embargo sus pasos suenan
y su vestido suena, callado como un árbol.
Yo no sé, yo conozco poco, yo apenas veo,
pero creo que su canto tiene color de violetas húmedas,
de violetas acostumbradas a la tierra,
porque la cara de la muerte es verde,
y la mirada de la muerte es verde,
con la aguda humedad de una hoja de violeta
y su grave color de invierno exasperado.
Pero la muerte va también por el mundo vestida de escoba,
lame el suelo buscando difuntos;
la muerte está en la escoba,
en la lengua de la muerte buscando muertos,
es la aguja de la muerte buscando hilo.
La muerte está en los catres:
en los colchones lentos, en las frazadas negras
vive tendida, y de repente sopla:
sopla un sonido oscuro que hincha sábanas,
y hay camas navegando a un puerto
en donde está esperando, vestida de almirante. -Pablo Neruda
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