43 Poemas ecuatorianos 

CANCIÓN DE LA MANZANA

Cielo de tarde en miniatura:
amarillo, verde, encarnado,
con lucero de azúcar
y nubecillas de raso,

manzana de seno duro
con nieves lentas para el tacto,
ríos dulces para el gusto,
cielos finos para el olfato.

Signo del conocimiento.
Portadora de un mensaje alto:
La Ley de la gravitación
o la del sexo enamorado.

Un recuerdo del paraíso
es la manzana en nuestras manos.
Cielo minúsculo: en su torno
un ángel de olor está volando.

Autor del poema: Jorge Carrera Andrade

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AGONÍAS DE UN CARIBÚ

Bajo el paso incierto y vegetal de angustia,
Levanto el polvo de la nada.
Toda pupila emerge
en esta soledad suspensa,
Toda concentración oscura,
En violencia tal
De hacinamiento y llama pura entre las rocas.

La luna atenta y circundada
A su vez aclara
Aquel espacio de su prenda
Fluente y nemoroso.
Atormentados cascos van a mengua
Redoblando el eco
En mil contornos de la estéril claridad polar.

Único en sí repercute el gemido entre la fronda
De un balido incauto.
Ventajas cruentas de la selva:
Desvalidos pasos del garañón herido
Que ya en las turbias aguas del escajo su condición aplaca
Su pesar consume.
Yacentes ojos a su propia luz ocultos
Bajo el ámbito nocturno de este vuelo.

Ver adentro, el cazador también escucha
El retiro alado de tanta lejanía inclusa.
Y en murmullos que la brisa asume, cuanto más cercanos, se acrecienta el rocío de las fieras.

A aquellas cuencas vuelvo, al conjunto aquél,
Saturado y tenso,
De fragancia y brotes.
Los continuos árboles
De vertical sustento, de fiero embate,
Allí persisten
Como la postrera vibración del aire.

Tantas voces en el eco. ¡Oh luna te reflejas en mi mente!
Como el ave en las alturas de su vuelo contenida,
Tan solo aún, Noche mía, voy en ti, tan duro de distancias.
La pradera de tierno espacio en tanto me recibe,
Que en jugos desbordantes de los aires resplandece.

¿Mas, volverá el cedeño pasto
a brotar de luces?
De lo remoto el ciervo acude
A tal empeño de este clamor vedado.

Autor del poema: Alfredo Gangotena

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CANCIÓN AL 9 DE OCTUBRE (HIMNO DE GUAYAQUIL)

¿Veis esa luz amable
que raya en el oriente,
cada vez más luciente
en gracia celestial?
Esa es la aurora plácida
que anuncia libertad.
Esa es la aurora plácida
que anuncia libertad.

Coro

Saludemos gozosas
en armoniosos cánticos
esa aurora gloriosa
que anuncia libertad,
libertad, libertad.

Nosotras guardaremos
con ardor indecible
tu fuego inextinguible,
oh santa libertad,
como vestales vírgenes
que sirven a tu altar,
como vestales vírgenes
que sirven a tu altar.

Coro

Saludemos gozosas
en armoniosos cánticos
esa aurora gloriosa
que anuncia libertad,
libertad, libertad.

Haz que en el suelo que amas
florezca en todas partes
el culto de las artes
y el honor nacional.
Y da con mano pródiga
los bienes de la paz,
y da con mano pródiga
los bienes de la paz.

Coro

Saludemos gozosas
en armoniosos cánticos
esa aurora gloriosa
que anuncia libertad,
libertad, libertad.

Autor del poema: José Joaquín de Olmedo

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La Mariposa

Enviado por patohidalgo  Seguir

AHORA QUE APRENDISTE A VOLAR!,
¡AHORA QUE ERES LIBRE!,
SUAVE BRISA TOCA TUS ALAS,
SEMEJANTE A LA PRIMAVERA SON TUS COLORES,
MARAVILLAS A QUIEN TE MIRA,
VANIDOSA LUCES TUS ALAS,
¡MARIPOSA TE PENSÓ DIOS!,
MARIPOSA DE TONOS HERMOSOS,
¡INMÓVIL, EN EL SUELO ESTABAS!,
TU VALENTÍA TE ELEVO AL CIELO,
SI ALGÚN DÍA MIRAS ATRÁS,
RECUERDA DONDE YACISTE,
PORQUE ANTES DE SER MARIPOSA
¡ORUGA FUISTE! LA QUE UN DÍA VOLÓ,
VUELO LIBRE, ENVUELVEN TUS ALAS,
PORQUE LIBRE TE HIZO DIOS.

“SEÑOR QUINCHI”

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OH ALETEO DE ESOS LABIOS QUE IMPLORAN CLEMENCIA

Oh aleteo de esos labios que imploran clemencia:
Dama admirable, ceded a mi alma el esplendor de Vuestra Magnificencia.
Gritos velados de mis dientes, estertores salvajes del parto,
Dictad me la orden en los dédalos de mi canto.
Resortes y fuerzas martillados en los cráteres del sedimento;
Puertas omnímodas extraviadas en los palacios de diamante;
Y vosotros, senos del éter, donde se desmayan las fuentes del año,
Lactad, íntimos, las vías frugales que se derraman en mi pensamiento.
Bocas amasadas en el éxtasis y en la plenitud del sueño,
Anunciad al fiel para que escuche el follaje del espíritu.
El émulo del arquero, por la ruta alisia, apacigua las selvas:
Id a debatiros en la onda de sus plumas,
En el instante capital en el que evoco los encantos del mundo.
El acicate de su inmensa empresa y su gloria de doble filo
Que yo clame sin par, ¡Oh Legiones! la epopeya del Gran Navegante.

Autor del poema: Alfredo Gangotena

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ESTE ES MI AMOR Y NADA MÁS, ACODO

Este es mi amor y nada más, acodo
recurriéndote, así, terriblemente,
nacido, desnacido, adolescente
en las albas dulcísimas del lodo.

Sólo de esta mi suerte, de tu modo,
talud de sangre, cántaro cayente,
ordenarás dolor, asiduamente,
zafado peso, acaecer de todo.

Abierto a mi hambre de tus hambres. Duro
pájaro, por la piel, enfurecidos
acúdenme tu olor y ligereza.

¡Tacto! Desde la carne del conjuro,
atacado de todos tus sonidos,
vuélame el corazón, alto, tu presa.

Autor del poema: Francisco Granizo

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BIOGRAFÍA

La ventana nació de un deseo de cielo
y en la muralla negra se posó como un ángel.
Es amiga del hombre
y portera del aire.

Conversa con los charcos de la tierra,
con los espejos niños de las habitaciones
y con los tejados en huelga.

Desde su altura, las ventanas
orientan a las multitudes
con sus arengas diáfanas.

La ventana maestra
difunde sus luces en la noche.
Extrae la raíz cuadrada de un meteoro,
suma columnas de constelaciones.

La ventana es la borda del barco de la tierra;
la ciñe mansamente un oleaje de nubes.
El capitán Espíritu busca la isla de Dios
y los ojos se lavan en tormentas azules.

La ventana reparte entre todos los hombres
una cuarta de luz y un cubo de aire.
Ella es, arada de nubes,
la pequeña propiedad del cielo.

Autor del poema: Jorge Carrera Andrade

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DE LO REMOTO A LO ESCONDIDO

Tanto soy y más la brizna de saturada espina
A cuya sed perenne se acrecientan los desiertos.
Sangre adentro y de soslayo iré por consiguiente,
Como van las tempestades,
Hacia aquel país cerrado a toda mente,
País de Khana, cuando al paso, en las sales densas de la muerte,
Habré de hablarte,
Toda en escombros, ciudad de Balk.

No hay empero reparos de horizontes.
¿En dónde estoy, a dónde me conduce lo inaudito?
¡Oh Príncipe de innumerables plantas y llanuras,
A aquella fuerza de soledad me atengo
De tu nocturna condición!

Atrás dejé las puertas, las sabanas en aliño.
Los que sois de presa;
Magnates, caciques de la tierra, empolvados sobrestantes,
Velad el campo ausente.
Profesores y otras huestes,
vosotros los de la especie cotidiana, ya no vivo de vuestra
ciencia ensimismada.

Pronto me acusas,
Aire desnudo,
Doblegas mi ceño,
Me das el pánico de lobos aullando bajo la abrupta claridad lunar.
Al romper entonces la procesión oscura de esta sangre coagulada,
A más de la intrínseca solidez de mi sombra y de mis dientes,
¡Oh selva transparente,
Tus vientos primordiales se desprenden de intensa luz
En mis recintos!

¡Oh mía de mis años!
Las plazas comentadas, los caminos, las edades,
Cuánto he recorrido en virtudes de tu imagen trascendente.
Como holanes de rocío en torno de tantas frondas agostadas,
Mil rumores de tus sienes prevalecen en mi espíritu.
Mis gotas caen.
El ala irrumpe a través de tus tensos jardines soñolientos.
La premura aún
De este ser tan secreto y transparente como el néctar de las flores.
Allá sin tregua
La extensión continua, el fragor de la conquista.
El espacio aquél, a brote de epidermis.
Tal recibe el eco, en vertientes albas de tu cuerpo,
Mandatos consabidos de luz oculta.
¡Oh cuerpo femenino a cuya entrada se extasían las tormentas,
Los ciclones!

Al amparo de una lámpara perdida en su esplendor de azufre,
Aquí te imploro, en la concentración de mis entrañas,
En las caudalosas lunas de mi adviento.
Bajo este rotundo cielo atravesado de miradas y de clamores,
Más allá de todo ambiente, te escucha mi ansiedad.
En la eternidad de mis cenizas se verán las glorias de tu sangre,
Las dulzuras de tu empeño.

Autor del poema: Alfredo Gangotena

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ORGÍA

¡Coruscante en su boca, la panacea!
Las Venas del padre no son
Sino hilos de celaje azul, ramaje del blasón.
El espíritu ha hecho de su cráneo
La sola brújula del pensamiento.
Las manos levantan el cielo raso
Como antorchas de ciencia y de progreso.

He aquí que nuestras mejillas se tornan carmesíes.
Somos sus huéspedes de gran linaje.
Luego nos procuran su ambrosía
El ajo, la estricnina y el sublimado.

Corimbos, umbelas, encajes en llama.
Mis miradas tatúan los senos de la dama.
Oh hermanos, que mi corazón haga la vuelta de la mesa.
¡Sobre mi rostro lamentable, mis lágrimas no son sino gotas de sangre!

Estos brazos nacientes como tromba sórdida de la axila,
El innoble deseo y el vientre, los pómulos de la infame
junto a la salina blancura del mantel
¡Duerme! ¿Para qué la amargura fluyente
de tus santas y lejanas soledades, oh mi alma?

Ellos, urgidos por la sombra de los grandes caminos,
franquean temprano las puertas del Edén.
Luego yo, el indigente, me quedo junto a Lázaro
Cogiendo sus cortezas y sus migas de pan.

Autor del poema: Alfredo Gangotena

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POR EL BREVE POLVO (FRAGMENTO)

Es mejor... no preguntes el por qué de las cosas...
Bien están las espinas, de ellas brotan las rosas;
pronto arrulla la brisa si ha bramado el ciclón;
bien la noche, pues, brillan las estrellas piadosas,
bien las tardes azules y las tardes lluviosas,
y la verde hondonada y el adusto peñón.

Es mejor... no preguntes el por qué, que un secreto
adormido en el fondo de tu numen inquieto,
más que muchas respuestas te podrá contestar...
Si en la flor hay perfume, si da sombra el abeto,
si el torrente, en remanso, dormirá blando y quieto...
bien está, no preguntes, mira y ama al callar.

Ama, calla y contempla, que así habrá más paisajes
y más sol y más luna para todos los viajes
que hasta el último sueño deberás emprender.
No interrogues... la duda nublará tus celajes,
y a la pompa frondosa de los tibios boscajes,
trocará el hojarasca tu indiscreto por qué.

Si tu veste desgarras al doblar un recodo
del camino, si hay zarzas, polvaredas y lodo,
si sorprende a tu planta, rudo, el cruel, pedregal...
no desmaye tu anhelo que en la senda hay de todo:
pedregales y espinas, sauces, flores y lodo...
no te importe, que solo te interese el final.

No te importe, no inquieras, pon los mismos amores
sobre todas las zarzas, sobre todas las flores
que acaricien tus ojos en la vía, al pasar...
Si se te hunde una espina ¿para qué los rencores?
muy bien puede tu sangre enseñarle a dar flores,
tus perdones bien pueden enseñarle a aromar.

Vé sencillo. Agradece la bondad del sendero
desmayado a tu paso, y la luz del lucero,
que ‹se dan en silencio›, que se dan sin pedir...
Gracias dile a la fronda, Dios te pague al venero;
agradece a la hierba y al pedrusco severo,
y al ocaso y al orto y al cenit y al nadir...

Nada traes al viaje... la piedad del camino
va vistiendo de sombras y de luz tu destino,
va colmando tu alforja de armonía y de amor;
te da pan, te da fuentes en tu andar peregrino...
Nada traes al viaje, debes todo al camino...
en los días, paisajes y en las noches, fulgor.

Anda, pues, perfumando de humildades la senda...
que a la flor y al abrojo por igual les entienda
tu sandalia viajera... –¡virgen, leve emoción...!–
ve en la estrella regalo y en el lodo ve ofrenda...
nada traes al viaje, no maldigas la senda...
gracias di a la llanura, Dios te pague, al peñón...

Simplifícate, entrégate como el sol al paisaje,
como el campo a la espiga, como el viento al boscaje,
que si nada has traído, nada puedes llevar.
Es mejor... nada inquieras, no maldigas; no ultraje
tu pregunta a la senda... Ve sencillo en el viaje,
hasta cuando el camino, manso, quiera acabar.

Autor del poema: Francisco Granizo

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