133 Sonetos
SONETO V
Al que ingrato me deja busco amante;
al que amante me sigue dejo ingrata;
constante adoro a quien mi amor maltrata,
maltrato a quien mi amor busca constante.
Al que trato de amor hallo diamante
y soy diamante al que de amor me trata,
triunfante quiero ver al que me mata
y mato al que me quiere ver triunfante.
Si a éste pago, padece mi deseo;
si ruego a aquel, mi pundonor enojo;
de entre ambos modos infeliz me veo.
Pero yo por mejor partido escojo
de quien no quiero ser violento empleo
que de quien no me quiere vil despojo.
LA CANCIÓN DEL PAJE
Tan abierta de brazos como de piernas,
tocas el arpa y ludes madera y oro.
Dejo al mueble la plaza por el decoro
y contemplo caricias a hurgarme tiernas.
A tu ardor me figuras y subalternas
en la intención del alma que bien exploro,
y en el roce del cuerpo con el sonoro
y opulento artefacto que mal gobiernas.
Y tanto me convidas, que ya me infiernas;
y refrenado y mudo finjo que ignoro,
para que si hay ultraje no lo disciernas.
Por fiel a un noble amigo pierdo un tesoro...
Tan abierta de brazos como de piernas,
tocas el arpa y ludes madera y oro.
EN TU CRISTAL MOVIBLE LA BELLEZA
En tu cristal movible la belleza
veo, Nereo padre, figurada
de mi luz, que de rayos coronada,
muestra alegre su gracia y su grandeza.
Tus ondas vibran y arden con la alteza
de la llama titania, y la rosada
frente alabo, y de púrpura imitada
en ellas, y de nieve la pureza.
Si alzo al polo los ojos, donde junto
te pinta su color, presente miro
de mi lucero el dulce ardor florido.
Y dudoso del bien, al mismo punto
vuelvo, y en tu fulgente ponto admiro
su esplendor, y en el cielo dividido.
1923
Llueve en Bilbao y llueve llueve llueve
livianamente, emborronando el aire,
las oscuras fachadas y las débiles
lomas de Archanda, mansamente llueve
sobre mi infancia colegial e inerme
(jugando con los chicos de la calle
reconcentrada y tímidamente).
Por Pagasarri trepan los Pinares.
Llueve en la noche triste de noviembre,
el viento roza y moja los cristales,
y, entresoñando, escucho. Llueve llueve
en mi villa de olvido memorable
-mademoiselle Isabel-, pálida frente
de niño absorto entre los soportales...
La orilla alborotó un mar coralino
"Arqueros del alba"
Soneto III
La orilla alborotó un mar coralino
Y el cielo asaltó, puro y despejado,
Aquel caballo raudo que, embrujado,
Pincel se hizo del aire cristalino.
Y hallaste, al avanzar en el camino,
Crepúsculos sin voz, un mar dorado,
Y pudo descansar, ya fatigado,
Tu aliento, firme ayer, hoy peregrino.
La noche vino larga y duradera
Con el amanecer, robando el día,
Su luz, su brillo, toda la hermosura:
Mi pecho será luz, y, dondequiera,
Habrá de iluminarte cuando, fría,
Te aceche, sin pudor, la noche oscura.
2005 © José Ramón Muñiz Álvarez
“Las campanas de la muerte”
Primera parte: "Los arqueros del alba"
SONETO
Este fácil soneto cotidiano
que mis insomnios nutre y desvanece,
sin objeto ni dádiva se ofrece
al nocturno sopor del sueño vano.
¡Inanimado lápiz que en mi mano
mis odios graba o mis ensueños mece!
En tus concisas líneas aparece
la vida fácil, el camino llano.
Extinguiré la luz. Y amanecida,
el diamante de ayer será al leerte
una hoguera en cenizas consumida.
Y he de concluir, soneto, y contenerte
como destila el jugo de la vida
la perfección serena de la muerte.
ROMANCE BURLESCO DE DON PEDRO ALTAMIRANO
¡Noble señor hidalgo, don Pedro Altamirano,
de piel retinta y rudo bigote, General!
Sacad, don Pedro, el vuestro acero segoviano
que voy con vos, a muerte, el mi acero a cruzar!
A la luz de esta luna, mi señor de Altamirano,
veremos quién de entrambos consíguese matar.
¡Cielos! Que a poco me toca vuestra mano.
¡En guardia, que os ataco, mi señor General!
Fuimos en tiempos añejos, General, adversarios,
cuando vos tremolábais un pabellón corsario
y yo, por doña Elvira, hilaba un madrigal.
¡Ay, mi señor don Pedro! Si con ese pretexto
evocáis el lejano siglo décimo sexto
veredes presto agora cómo os voy a matar!
COMO'L TRISTE QUE A MUERTE'STÁ JUZGADO
Como'l triste que a muerte'stá juzgado,
y desto es sabidor de cierta sciencia,
y la traga y la toma en paciencia,
poniéndos'al morir determinado;
tras esto dízenle que's perdonado,
y'stando así se halla en su presencia
el fuerte secutor de la sentencia
con ánimo y cuchillo aparejado:
así yo, condenado a mi tormento,
de tenelle tragado no me duelo,
pero, después, si el falso pensamiento
me da seguridad, d'algún consuelo,
bolviendo el mal, mi triste sentimiento
queda embuelto en su sangre por el suelo.
LA FORMA ÉPICA DEL ENGAÑO
El mundo no lo entiendo, soy yo mismo
las montañas, el mar, la agricultura,
pues mi intuición procrea un magnetismo
entre el paisaje y la literatura.
Los anchos ríos hondos en mi abismo,
al arrastrar pedazos de locura,
van por adentro del metabolismo,
como el veneno por la mordedura.
Relincha un potro en mi vocabulario,
y antiguas norias dan un son agrario,
como un novillo, a la imagen tallada.
Un gran lagar nacional hierve adentro,
y cuando busco lo inmenso lo encuentro
en la voz popular de tu mirada.
HOMBRE
Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte,
al borde del abismo, estoy clamando
a Dios. Y su silencio, retumbando,
ahoga mi voz en el vacío inerte.
Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte
despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo
oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando
solo. Arañando sombras para verte.
Alzo la mano, y tú me la cercenas.
Abro los ojos: me los sajas vivos.
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.
Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
Ser —y no ser— eternos, fugitivos.
¡Ángel con grandes alas de cadenas!
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